domingo, 9 de octubre de 2011

Las llagas IX

 
        A la una y media, o incluso más tarde, la emisión empezó con el saldo sentimental, el frikismo y el porno light. Hora de irse a la cama. Cama para dos, de noventa, espacio para una orgía, en la habitación del hermano del novio de la prima, cuñado de la prima, coño moreno y niñato de posters de Interviú torcidos (solo teta, nada de gato), alineaciones culés de gala y negratas voladores de la NBA ya retirados. Eso si, había unas veinte pulgadas de los cuarenta canales de mierda de la tdt sin mando a distancia ni padre que lo compusiera y un sobremesa encendido por el P2P rebosante de reggeaton con estados verdes de descarga completa. Tuve una cierta tentación de alegrar al chaval ilustrando el buscador del programa con ciertos nombres de la industria californiana y algo de enanos (o como cojones los llame ahora la puta corrección política). Sería un detalle en pago al alojamiento y lo de los “pequeñines” porque mi jodido diablillo de la conciencia y el hombro me lo insinuaba tontorrón. A lo único que me atreví fue al seguimiento de muro de mis redes sociales (soy un lila ¡qué coño!). Lo del seguimiento es mi dosis religiosa cada cuatro horas. Dosis a la que suele seguir una decepción-bajona porque nadie me ha comentado nada, etiquetado nada, dicho nada… Solamente significa la necesidad de aceptación y reconocimiento por parte de mis congéneres. Chorradas. Y todo esto lo hice, o padecí, estando sólo. Mi querida, amada, esplendida y adorable, me había dejado a mi libre albedrío en la inhospitalidad del cuarto. Pensaría que al estar lleno de mamas y Photoshop yo estaría bien y no con la incomodidad rígida del que le han metido un palo de escoba por el culo. La muy lagarta estaría cambiándose, armando el dique contra el GOA o “Gazpacho Ovular Asesino” (el día en que Gozzilla se enfrente a semejante monstruo va a quedar de Tokio lo que yo te cuente) y despellejando con la prima. Opté por quedarme en gayumbos y meterme en el catre para empezar a coger postura. Me arrinconé contra la pared porque instintivamente me parece un sitio de más refugio, o menos hostil, como se quiera leer. Justificándome en que soy un animalico de costumbres y estoy ultracondicionado pavlovianamente a determinados comportamientos, fue apoyar a espalda en el colchón y, acto seguido (reflejo condicionado), empezar a sobarme la sardinilla. No es mala terapia de preparación al sueño, por lo menos es mucho más barata que los Trankimazines. Más o menos en el momento morcillona alta (tardé un pelín, que no me estaba dando saña. Solo era manoseo de oficio, no una paja de combate) vino ella descalza, embragada (no, embragotada, que no es lo mismo) y con coleta alta. Se tumbó a mi lado y apagó la luz.  

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