domingo, 8 de mayo de 2011

Los Reyes son los padres II




         La mentira en que cacé a mis padres fue, literalmente, “si chupas una pila de botón te mueres a los tres días”. Yo comprendo que me inculcaran pavos a esos objetos tan fáciles de tragar y jodidos de digerir. En frío, echarme a la canal maestra una si que hubiese significado un buen chocho e incluso que se cumpliesen los pronósticos de pila = muerte (con su icono del cráneo y todo).

          En aquel tiempo tenía una maquinita, un videojuego fósil que consistía en un stickman naufraguito recogiendo cocos caídos del cielo (¡Oh maná!) de un lado a otro de un canal caribeño, dibujado al fondo de la pantalla, mientras intentaba esquivar tiburones negros que aparecían de la mar salada. Era un aparato de plástico rojo y negro, brillante, e incorporaba un reloj despertador que nunca llegué a saber programar y que supongo que tendría la musiquita del juego como alarma. La pila venía detrás, bajo una pestañita que, una ver rota la telilla de la primera embestida, dio de si. Yo jugaba con ella, abrir y cerrar obsesiva-compulsivamente. También sacar la pila. El naufraguito, los cocos y su puta madre me la soplaban ese día. ¿Cuánto dura la fase oral? No tengo ni zorra. Puede que me durase más que a los demás y por eso me llevara todas las porquerías al hocico. Si ahora, siendo un humano fisiológicamente adulto, tengo mis pedradas y mis delirios psicosexuales, no puedo garantizar que entonces fuese una criatura adelantada, o retrasada, en mies etapas. Ver por la boca. Gracias dios por otra ñapa evolutiva.

         Yo al principio puse cuidado, lo juro. Sacaba y metía la pila. Jugaba con el riesgo (para un niño gilipollas cualquier mierda es una buena, y excitante, ruleta rusa). Pero me distraje. El sistema de alarma, con todo, me funcionó perfecto. Fue tocar con la punta de la lengua el metal y activarse. No era para menos, acababa de matarme. ¡Tres días!

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