domingo, 3 de abril de 2011

Cruising II





         El policía se estaba poniendo impresentable. A Aurelio Memelo unos años, bastantes, atrás la hubiesen cogido por aquí (insertar la imagen de una peineta de las de siempre). Pero la edad, los matojos y los pantalones por los tobillos no dejan correr a cualquiera ¡No señor! Lo que ella no sabía, y no es que le importase mucho, es que la multa se la estaba sacando de la manga. No suele haber legislación específica ni reglamentación municipal relativa a estar dándole al tema en un parque por la noche. En muchos sitios, por no haber, ni siquiera la hay para supuestos de pago o cobro por ello. Por eso siempre se tira de algún cajón de sastre y de la cordialidad del policía. Lo que no imaginaba, o sí, este imbécil es que podía pasar la minuta que le saliese del pijo. Horrora Butrón no pensaba, y prácticamente no podía, pagar. Visto lo visto, ya todo era delito. Aurelio Memelo, esta vez, no había molestado a nadie, más bien al contrario. Es más, hubiese sido imposible, nadie los había visto. Nadie menos el policía de los huevos, un local que no tenía, según parece, nada mejor que hacer.

          Su compañero de escaramuza andaría ya a tomar por saco. Reaccionó pronto, se recompuso a la carrera y al cabrón del policía le había dado pereza tirar detrás de él. ¡Con lo bien que se lo estaban pasando! Suerte que tenía. Lo que hace la rapidez y la agilidad…

         Ella todavía se estaba colocando la ropa mientras bombardeaba por saturación para hurtar el cuerpo de la cornada. El gura erre que erre con el DNI. Decidió no dárselo y decir que no lo tenía. Buen farol. Al otro llevárselo detenido para identificarlo le daba pereza, que una cosa es cumplimentar en cinco minutos una multa y otra muy distinta la romería burocrática de llevarse un tío por delante por tan poca cosa. A un casado haciendo el pirata por los setos se le podía apretar mejor, pero a Horrora Butrón, artista internacional (regional), le importaba un cojón de mico del Amazonas. Y ganó el partido, por perseverancia, tenacidad y huevos, que cuando ella quería era la más brava del tentadero.

         El policía llenó el formulario con el nombre del dueño del cabaret (fue el primero que se le vino a la cabeza), un número de DNI que era la mezcla del verdadero y del teléfono de la pensión y la dirección del primer piso en que vivió cuando llegó a la capital. Ambos sabían de qué iba todo pero la autoridad no se quería bajar de la burra y despedir a Aurelio Memelo con un tirón de orejas. Tendría algún cupo de multas e iría corto. El muy guasón informó de que si la pagaba en el acto sería más barata y ella le contestó que no tenía suelto con mucha gracia, a lo capillitas andaluza. Cogió el papel ¡Que remedio!

         Ecologista ella, muy concienciada, lo tiró al contenedor correspondiente (casualidad que fue el primero que encontró). El susto, con todo, le había salido rentable. Ya volvería, que lo del cruising era un invento. Esperemos que la próxima vez la dejen tranquila.

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