De ahí a la barra. En un hueco enano entre dos puretas y sus transpiraciones pido un botellín para asentarme el estómago. A la camarera, que está muy buena, parece que le estoy hablando en danés. Una cerveza. Una cerveza. ¡Una cerveza! ¡Joder si es imbécil! Cuando por fin comprende, pone encima del mostrador una porquería mejicana pija y le mete media rodaja de limón en el cuello. ¡Mierda puta! Echo un billete doblado en el remoste para que a la subnormal le dé asco cogerlo. Pierdo en el trato porque ella hace lo mismo con la vuelta, la poca vuelta, y a mi sí que me da asco. Le meto la zarpa a la botella y saco como puedo el limón de los huevos. De todas maneras queda zumito por el interior para dar regusto. Exquisito sabor a orina aguada, ligeramente acida, insípida, sin gas y, lo que ya es la polla, mejorará según se caliente en mi mano. ¿Qué fue de las cervezas normales? Una litrona de nacional en el banco de un parque, en comparación, es gloria bendita.
Vuelvo a mi morlaco, que no se ha movido del sitio y existe, malamente, en la frontera del corro de amigas. Como ya me la suda el protocolo doy un trago (metrónomo de vida) y la encaro. He visto suficientes documentales para no desconocer el procedimiento de acoso a un rumiante de este tamaño. Con lenguaje no verbal, un “hola ¿Cómo te llamas?” y dos besos, la aparto de la majada.
Charlamos, o ella dispara. Yo achico balones como puedo intentando no meter mucho la pata y que dé la espantada, disimulando el amaño del partido de copa. Rompo la barrera del contacto físico apoyando una mano en su cintura tonel embutida en ropa. Se deja ¡Pim-pam! Cada uno va cumpliendo con su parte del negocio ¿De que coño está hablando? Estoy tan dentro de mi jodido mundo que ni siquiera sé el tema. Me estará contando algo muy interesante, muy gracioso y muy impresionante de su asco de vida. ¡Que se le va a hacer! Yo no tengo la culpa de su metabolismo. Todas te cuelan su anuncio con más o menos presupuesto para que pienses que eres, de los dos, el que sale ganando, para tapar con un visillo la roña, las grietas y los desconchones.
Le da por bailar e intenta evangelizarme. No coordino un paso con ella y me da miedo llevarme un recado de área sin espinillera. La doy la vuelta y se aprieta contra mí. En efecto, la música puede llegar a justificar esos alardes. Empieza a frotar su culo gordo contra mi polla, que se erecta y disfruta con el previo. Su trasero, aparte de grande (ya lo he dicho) está blandito y caliente. Yo también me froto. En el fondo siempre hay cosas peores que hacer y sitios peores en los que estar (por definición, no obstante, esto significa que siempre los hay mejores también). Se me acaba la cerveza y pienso que hay que ir abreviando no me den los dos avisos y te devuelvan, princesa, a los corrales. Vuelvo a ponerme en frente suya. Me acerco sin soltarme, la miro fijo. Perfilo y a fondo. Justo cuando estoy llegando ella hace una finta de cintura y, con un paso atrás dado como mandan los cánones, se zafa y recompone. Ya he tirado todo lo que tengo. La pido perdón. Hay que ser educado, urbanidad y esas cosas.
2 comentarios:
¿Encime te hace la cobra? ¿De qué va ese cúmulo de adiposidades y bragotas de metro y medio?
Reconoce que el término 'grola' ha marcado un antes y un después en tu carrera literaria. Deberías escribir un tratado al respecto, 'Las grolas de mi vida' por ejemplo, con ilustraciones, fotografías y pelos de las interesadas.
Más que el término "grola", es el fenómeno "grola" lo que marca mi carrera literaria (y en general mis rutinas de apareamiento). Si me pusiera con el tratado, viendo por lo que yo he pasado en esta vida, me salía más largo que la enciclopedia británica. En fin, por lo menos me vale para la ficción (o ficcion aplicada, que es reciclar multiples situaciones en un relato), menos da una piedra.
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