domingo, 9 de enero de 2011

Oropeles de militarote I





         Las filas avanzan en orden cadencioso por la explanada de hormigón. Tras una hora sin pausa de paso ordinario los fusiles, venerables y pesadas (como cualquier viejo) reliquias, oscilan sobre los hombros con la bayoneta calada como índice acusador del bamboleo. A estas alturas, el tacón del pie izquierdo apenas se escucha en su contacto con el suelo y el braceo es una rutina apagada en lugar del gesto chorra de gallardía militar que debiera ser. Que dicen, ellos, que debiera ser. El cielo está plomizo y por las partes metálicas del arma se condensan minúsculas gotas de agua. Es un día de mierda y no son ni las doce.

         - ¡Media vuelta! (1…2…3…4) ¡Arrr…!

        La vanguardia, que prácticamente está dentro de los setos circundantes, ejecuta indiferente. Los tres guías avanzan demasiado el pie y giran en un paso ridículo de zapatones de payaso. Payasos, supongo, como los que son felados en la coña ingeniosa (“hoy estamos graciosos ¿Qué? ¿Se la has chupado a un payaso?”) de la gorda cabo furriel cuando se queda de guardia. Se comenta que todas las cabo furriel de la patria son gordas. Los demás los siguen, a los tres guías, como pueden mientras aprietan para que la carga sobre el hombro no salga despedida por la cinética del giro. Si se cae un fusil se monta la de dios. Acaso no sería mejor meter las putas piezas de museo en los museos. Es el jodido afán de apariencia de los enchufados que mandan, y trincan, aquí. Sobre la mitad de la formación un distraído no efectúa el movimiento hasta que le embiste el que, antes de la voz ejecutiva de la orden, estaba delante suyo. Entonces se precipita, da la vuelta como puede y por donde puede e intenta coger el paso perdido.

        - ¡Me tenéis hasta los cojones! ¡Inútiles! ¡Gusanos! ¡El paso! ... ¡Do! ... ¡Do! ... ¡Do! … ¡Paaaso! …¡Paaaso! … ¡Archen! …

        Siguen, las filas de antes, con cada uno llevando su ejercicio introspectivo de “estoy hasta los huevos y no aguanto más”. Es una idea que se clava detrás de los ojos, subiendo de las muelas del juicio superiores, llenando todo, tensando todo, vaciando a cada uno. Los que mejor lo hacen tampoco pierden nada cada día. que pasa. Salieron con poca cosa de dentro de los contenedores donde los suyos fermentan, cuando les encasquetaron un uniforme de camuflaje bosque continental y una gorra.

        El tarado del sargento sigue voceando órdenes con su acento en vías de desarrollo. Izquierda, derecha, alto, variaciones a los dos lados… Algunas se contradicen o las tira en ráfagas y no da para procesarlas, mucho menos para ejecutarlas. Tres cabos ladran nerviosos alrededor de la formación en movimiento como putos perros subnormales alrededor del tráfico esperando que les pase por encima de la espina dorsal la rueda de una furgoneta de reparto. Uno de ellos, que grita con frenillo insultos con los que se retrata como un memo gordito, pequeñín y de cabeza inusualmente diminuta (una gallina guineana), se mete dentro del cuado a corregir con tirones y empujones, sobando y encarándose con ellos, casos concretos y mínimos fallos de protocolo. Se puede mirar como una excusa sadomaso gay del cabito, que siempre gustó mucho en el gremio sarasilla la marcialidad oficial y hay mucho de tapadillo en los cuarteles. Con ello el de la chancleta en entre los dientes solo traba tíos, apelotona la formación y hace que fallos mayores a los que, el muy inútil, pretende corregir se propaguen concéntricos en torno suya. El frenillo, con su hablar de tener una tranca dentro de la boca, es como una pedrada en un charco lleno de barro. La pobrecita se esfuerza, rumbosa, en que la vean. Deberían nombrarla drag queen honorífica del ejercito, o algo al pelo. Se le haría el ojete agua con gas.

        Rompe a llover. El sargento que dirige, muy marcial él, se moja impertérrito. Se pone palote con su omnipotencia y omnipresencia. Sus perrillos se le pegan taloneros. En el fondo son unos lulús mimados a los que no les gusta salir del regazo de la solterona y que se acojonan ante un suplemento dominical enrollado. Las evoluciones y órdenes acaban pariendo por un tercien, lo que es sinónimo de mierda al por mayor.

        -¡De frente paso ligero!- todos los desgraciados doblan la rodilla, gesto manso.- ¡Arrrr!

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