domingo, 23 de enero de 2011

Los huesos del tío Manolo I




         “La cena la paga la muerta, pero las putas cada cual la suya”. Ejerciendo de anfitrión, el hijo de la difunta hace la coña en la puerta del tanatorio señalando al puticlub de enfrente. Un cartel luminoso con neones anuncia el burdel y otro triangular encima de la puerta una bolera. Conversión industrial, reconversión, en la mierda de polígono subvencionado de pueblo grande, todavía cateto y, evidentemente, putero, o putañero, que me gusta más. La bola agujereada entrando parquet adentro en el hueco de los bolos en formación y las putas me sugieren una suerte de metáfora sexual que soy incapaz de verbalizar. Un portero rapado y taleguero, pinta soviética, entra y sale cada tanto, aburrido, a echar un ojo al monte. Poca parroquia, para las putas y para los fiambres y embutidos. Eso que es verano y hace bueno. Ni con lo de los muertos sigue funcionando como antes, niño en agosto y viejo en enero. De las putas desconozco la estacionalidad por lo precario de mis cuentas aunque de buena gana me pegaría un cruce rápido de nacional y un asalto guerrilla a una tracia. Supongo que en vísperas dará repuntes. Sábado sabadete y la parienta con las de la asociación de mujeres deglutiendo una merendola como una piara. Guarrapas adiposas a las que, a estas alturas del culebrón, solo les pica el papo. Supuestos teóricos y ejercicios de imaginación ruin que meto porque estoy aburrido, hasta los cojones, la muerta me la pela y me queda medio velatorio, funeral y entierro. Voy aviado hasta la hora de comer.

         Por mentar, como he mentado, mis cojones, me los toca la gracia de la cena y las putas. La muerta le habrá pagado la cena a quien sea. Yo me he venido cenado de casa y me los he encontrado a todos, a los míos (el cuerpo insepulto comparte algo de genética y estamos todos) arreándole a un escalope de menú con guarnición de pimientos asados. Se puede ser desgraciado de sablearle la cena a tu primo hermano con el cerúleo cadáver de su madre expuesto en un escaparate dos salas más allá y plantarse, tan pichis, dos platos, postre y cafelito. Es la gente que vino a mi comunión.

         Ahora, que la cafetería y el comedor del tanatorio llevan cerrados un par de horitas, el velatorio es un éxito de crítica pero no de público (cuatro gatos) en el que las viejas cotorrean de todo desollando al que pueden. Yo acabo de llegar de una romería cojonuda para conseguir un café asqueroso en la máquina de una gasolinera. Solamente espero que no me dé cagueta. Nota mental, el próximo entierro pack de latas de zarrio energético en el coche ¡Qué vivan los estimulantes!

         Las apenas veinte personas pasan de todo. Los hombres están al fresco en la puerta. Algunos desfilan de paseo frente a las naves y los concesionarios de maquinaria diversa (agraria). En un cuartucho, a través de un cristal y con una corona de flores que parece de hipódromo, la difunta reposa en un ataúd mal rematado al que se le ve la madera interior. Le viene grande, consumida como está. Se da un cierto aire famoso que, con bigotito, uniforme de alto mando de infantería, banda, bastón sobre sable (o sable sobre algo, o lo que coño sea) y laureada a la izquierda, sería más descarado. Acaban de traer café, sándwich y pastelillos. Los de la cena atacan. A mi me han soplado dos euros por mi café con palito blanco para remover. Nadie llora, nadie piensa, nadie está puteado. Los médicos habían hecho que llegase a cuartos de final, pero ya era mucho. Victorias pírricas, que lo llaman. Los vivos presentes comen, beben y empiezan a hablar gilipolleces fantásticas y anécdotas con la finada de protagonista. Mentiras nostálgicas que nunca sucedieron e inconveniencias fuera de lugar que hacen reír a todos. El velatorio se ha transformado en un club de comedia macabro con las livideces cadavéricas de la recién cascada mal maquilladas. Alguien dice que cuando la muerta era joven alquilaba bicicletas y no sé qué película más. Ahora, con el magnífico barniz que da la muerte después de pegar el tajo, va a resultar que era una niña bien, una burguesilla, una señorita de cortijo. Como son los santos son las cortinas, solamente hay que hacer un panorámico en redondo.

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