domingo, 21 de diciembre de 2014

Mañanas Iggy Pop I



            Era mucho más divertido cuando todavía teníamos mañanas Iggy Pop. Entonces te despertabas hecho una puta mierda, un sub-humano dolorido y desnudo, pero era mejor ¡Hostias, si que era mejor! Incluso con la peste en el cuarto, la ropa desparramada por el suelo, el malestar general (un dolor silencioso que te inundaba entero jodiéndote vivo), las arcadas con poso ácido a bilis, los consiguientes vómitos miserables de jugos estomacales diluyendo restos descompuestos de bebida, la fría y lúcida depresión, la tristeza de las promesas de mierda (y enmienda), la lacerante soledad (paradójicamente, , cuando una de las mañanas Iggy Pop, milagrosamente, venía con compañía, el asco se multiplicaba, estallaba encarnándose en conjeturas para pode restar solo y en paz, para cabecear sueños cortos y masturbarte compulsivamente arrebañando descargas sexuales de endorfinas que mitigasen el padecer)…

            He mencionado las pajas. Eso era lo primero de cada mañana Iggy Pop. Me sacudía frenéticamente la polla en un alucinado estado de conciencia en el que se mezclaban sueño, recuerdos mórbidos de la noche anterior, dolor, ansia y una progresiva consciencia hacia la penosa realidad. Y durante los mínimos segundos de la eyaculación todo volvía a su orden. Después, en todo el día, dormía intermitentemente, me la volvía a cascar unas cuantas veces, recogía la habitación con calma, prenda a prenda, y la ventilaba del tufo a muerto y etilo exudado, visitaba el váter a des-envenenarme de cualquiera de los modos posibles en un váter, me vestía de yonki (descalzo, con algún chándal, sin camiseta…), malcomía cualquier despojo que hubiese en la nevera (un puñado de espaguetis cocidos y aliñados con sal, aceite y la primera hierba de olor-sabor que trabase por la encimera eran todo un clásico en esas mañanas. La opulencia en esos momentos tiraba más por un arroz a la cubana con dos huevos fritos cuya grasa empapase a gusto mi ponzoña orgánica y un brick de zumo multifruta si reunía los cojones suficientes para ir al supermercado a por uno). Todos esos quehaceres domésticos se consumían el día entero mientras los compaginaba con respirar y meditar desde lo más hondo de las recurrentes jaquecas sobre lo divino, lo humano y la alienante información contenida en mi memoria a corto plazo respecto de la noche pasada.

Llegaba siempre el momento en el que, intentando que el cráneo no me reventase, me duchaba por fin. Lo hacía con agua fría, vigorizante, una puta tortura; para salir renacido, bautizado, tembloroso y límpio, con la auto-significación como ser humano recién recuperado.

Eso no terminaba con el dolor. Este seguía acompañándome hasta el final. Simplemente se atenuaba contentándose con el abotargamiento sensorial. La plena recuperación, la reconquista del bienestar físico elemental, llegaban la mañana siguiente, cuando abría los ojos legañosos y solo podía pensar en la cojonudas sensación de la anestesia. Pero entonces ya no eras como Iggy Pop en una de sus mañanas. Solo era otra mañana del montón, sin nombre ni apellidos.

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