domingo, 6 de abril de 2014

Oportunidades I



            Pero, ¿Porqué cojones habla tan bajito? Sube el volumen, chacho puta, que no te oigo una mierda y esto, por eso mismo, esto se está yendo a tomar por el culo por la vía rápida. Me ha tenido que repetir todas las preguntas que me ha hecho, algunas hasta cuatro veces, y solamente me ha dejado responderle monosílabos o frases de cuatro palabras (ahí estamos, sin adjetivación ni complementos circunstanciales de ningún tipo; muy lacónico, para parecer todavía más bobo y perder oportunidades de defenderme, de demostrar). En el fondo tengo la derrotada sensación de que le puedo contestar cualquier cosa porque, total, ya estoy vendido. No la oigo, por eso la pido que me repita las preguntas y lo que en realidad parece es que no tengo ni zorra idea de inglés. Y eso no es así. Quizás no sea el jodido Shakespeare y mi verbo ametralle la gramática más ortodoxa de su graciosa majestad británica como un miliciano borracho a un montón de civiles en cualquier limpieza étnica africana; no discuto que en eso la pifie, pero me manejo lo suficiente para haberle cortado (como cuentan las trágicas epopeyas de mis anales – anales de archivos, no del esfínter- ) un señor traje a un par de glaciares (y estrechas) escandinavas. Las cuales, a pico y pala en lo de Churchill (recordemos, premio Nobel de literatura en el año cincuenta y tres… ¡Tócate los cojones!) me conseguí hacer (modestia aparte). Con lo que no  jodamos la marrana, tía pelleja, habla más alto y no me hagas el puto truco, que me estoy jugando mucho ¡Copón!

            Pues no, en lugar de hablar más alto me da las gracias por haber venido. Evidentemente me lo tiene que repetir, aunque esto se lo pillo antes porque su lenguaje corporal, hasta el momento tan neutro, lo indica amable pero firmemente: puerta, chaval, y que pase el siguiente. Venciendo el hundimiento de un fracaso más (aunque le haya puesto mucha ilusión a este negocio, no es más que otro eslabón de la misma cadena de pifias, casi idéntico a los demás) y la consiguiente ira homicida que me invita a estamparle la carpeta de plástico transparente que sujeto entre las manos en su jeta tan profesional, le deseo buenos días acompañando las palabras con un gesto de cabeza que creo que me da un aire muy mundano (mentira puta). Salgo de la sala y los pasos que me conducen a la puerta me desasosiegan. La entrevista ha durado apenas dos minutos. No he podido demostrar nada y he parecido un inoperante con el inglés, requisito indispensable e idioma de esta pavada. Pero las entrevistas de los demás (los que han pasado antes que yo) han durado más o menos lo mismo. También les he dejado el currículum y (viendo lo que algunos de los otros ha presentado) puedo tener algo de revancha. Todos estos pensamientos solamente son basura. Las normas del evento dictan que a los seleccionados para el siguiente paso del proceso de selección los llamarán esta tarde sobre las seis. Ahora a la puta faena del esperar, no queda otra. En el descansillo de la escaleras me acomodo la corbata ¿Habré hecho bien poniéndome el chaleco del traje? Detrás se queda una cola de gente (eufemísticamente “candidatos”), como para unas dos horas, todavía por pasar el trámite.

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