domingo, 7 de abril de 2013

Cenutrio II


            La secretaria debía estar hecha a todo y no sería la primera ocasión en que se le presentaban semejantes alardes de ingenio. Se quitó al melón como bien pudo, que fue sugiriéndole que esperase a alguno de los profesores, y socios de la empresa, que lo podrían orientar mejor en sus tribulaciones. Por suerte el profesor entró en escena (deus ex machina) prácticamente al segundo de mencionado. El aspirante repitió sus quitas  preocupaciones y el profesor, ni corto ni perezoso, pensando en la tabla de balances de la sociedad mercantil a fin de mes y en como se vería afectada un poquito a mejor con el precio de la matricula del botarate (amén de que el éxito o fracaso del palomo no alteraba los números más allá de eso), lo endilgó a la sala de ordenadores a hacer test y que lo cogiera con saña, que el calendario se echaba encima ¡Con dos cojones!

            El pollino pasó a la habitación donde yo continuaba, sin concentrarme un carajo, dale que te pego a mis propias disyuntivas, cuestiones y temarios. Obedeciendo los decálogos primarios de la comunicación no verbal para simios, me enfrasqué profunda y fijamente en la pantalla para que el imbécil, al que por sus conversaciones adivinaba (y luego dios no castiga dos veces) sociable, no me diese la barrila. Pues no, fue salir de toriles y enfilarme, darme una mano sudada y meterme un interrogatorio completo sobre mis exámenes y preparaciones. La zarpa no me quedaron más huevos que aceptarla y cortésmente le dí ánimos en sus empeños y propósitos de bombero retirado. Concluí mi test y, como mi clase empezaba, me largué a tomar por saco abandonándolo en su primer peldaño y arreón al permiso de conducir.

            Al día siguiente, volviendo a esperar por mi lección cotidiana y comentando de palique la jugada con las eróticas gafitas de la secretaria y lo que detrás llevaban, me contó la chiquilla que el mico, detalle que pasé por alto, apestaba a alacena de que soso curados. era, según ella, capaz de liquidar con la peste un roble grandecito. Tanto que cuando chapó el aula informática donde se encerrase el animal hubo de ventilarla un buen rato. Al paisano ni entonces ni más tarde se le volvió a oler por esos pagos. Si aprobó, o se presentó siquiera, son cosas que quedarán el el misterio y la penumbra. Haceos una idea aproximada de las alternativas. No es tan complicado, coño. Hay gente para todo.



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