domingo, 24 de febrero de 2013

El curso de limpieza (práctica) I



            A  Aurelio Memelo le atormentan las rodillas de todas las maneras imaginables. Por  un lado la piel, del roce con el basto tejido del uniforme blanco al contacto con agua, lejías y otras salpicaduras y humedades, está roja y le escocida, ligeramente quemada. Por otro, los huesos de las dos articulaciones se están machacando con la postura continua y quieren crujir sin llegar a conseguirlo (huesos viejos y achacosos, no lo olvidemos). Y por último los músculos de la cara posterior de las piernas, muslos, corvas y pantorrilla, se le cargan y le producen calambres, cuando no estiran molestos de los tendones y demás uniones. Todo esto lo padece cada mañana resignadamente. La primera media hora es la más cruel, hasta que se le entona el organismo. Cuando termina el día el esfuerzo se enfría poco a poco y por la noche, haciendo la mamarracha en el Paradise, Horrora Butrón está dolorida, agarrotada, ortopédica y no da la talla. Si tiene que estar de hinojos fregando el suelo con un estropajo y el cubo al lado (artesanal, no cabe duda) es por una serie de circunstancias de las que solo comprende la mitad o menos.

            El primero de los despropósitos es el alumbrado que diseñó el sitio y le puso ese suelo. Uno plástico, blando, gomoso y gris claro al que las marcas y las manchas se agarran como si les fuera el alma en ello. Bien se nota que el chupatintas en su puñetera vida ha limpiado nada. Diez minutos sustituyendo a alguno, de rodillas frotando a fuerza de riñones para sacar la roña con agua y jaboncito neutro (es que el material, por si no era suficiente, reacciona mucho y mal a los productos agresivos. Una joyita, un adelanto), y seguro que se fanatiza como por ensalmo a las gracias de la tradicional y sufrida baldosa tan callada, tan dura y tan agradecida. Del segundo motivo tiene la culpa la maestra, la de las prácticas, que de pura motivada se pasa de castaño oscuro. Las cosas que le han asignado a pulir terminaran como los chorros del oro cueste lo que cueste. Sin consideración a la propia esencia inútil del curso, a la perezosa deformación a la que se han acostumbrado durante la parte teórica, a la auténtica importancia real de limpiar inmuebles públicos abandonados (o, como poco, muy descuidados) de los que, pasado el curso,  nadie se volverá a acordar hasta sabe dios cuando y en meses recuperarían toda la mierda de su esplendor original, cuando el tropel del curso fue a molestar allí; les obligaa detalles minuciosos, engorrosos, pesados, duros, largos como desmontar las tapas de los radiadores y pasar un utensilio entre un cepillo y una baqueta, uno a uno, todos los agujeros del calefactor. Esa fue la primera ocurrencia, después ya no hubo manera de pararla. Ahora una línea de personas se arrastra lenta y trabajosamente a través de la superficie encharcada del suelo restregando cada centímetro, dejando de cotorrear poco a poco según se desmoronan por dentro. Y el último de esos factores sobre la inhumanidad y la esclavitud de tragar es el propio pundonor bastardo y necio de los desollados, los parias. A ellos mismos les satisface obedecer, terminar la tarea y acabarla bien, sin una pega. Nadie se plantea el absurdo de ese trabajo, que el resultado sería idéntico cumpliéndolo a rajatabla o aparentándolo. No ven que el tiempo, el suyo, (como única posesión verdad era de uno, y sólo es un préstamo) es precioso como para quemarlo por amor al arte en aspiraciones de reconocimiento. No hay mejor sujeción que la que uno mismo se anuda. Un devoto no se escapa, un preso, en cambio, si. Esas y otras interacciones, motivos, efectos y razones los concentraban y mantenían sumisos en la labor. Las tres, las dichas, eran las que estructuraban todo el argumentarlo. Si se hubiese rebatido, simplemente, una de ellas... pero era mejor no darle vueltas ¿Para qué? Pensar no disminuye el dolor de rodillas por las tardes.

            Aurelio Memelo descansa un instante, se endereza un poco y se estira resoplando. Coge una bocanada de aire. En seguida vuelve para no quedarse rezagada y que los demás (esos tirados…) critiquen de ella que es una vaga.

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