domingo, 18 de noviembre de 2012

Tardes de plan I



“La clave de mi felicidad está en dar un paseo, ir al bosque, comer un helado. Cosas que puedo hacer sin necesidad de nadie más. Así no dependo de otros para estar bien” ¡Claro que sí! Es una perla de filosofía de espalda de camiseta, preciosa, algo larga para una galleta de la suerte o un status de red social. Eso si, cuando el helado te abrace con toda el alma, te diga lo que quieres oír (o aquello que no quieres y te echa para arriba) o te sorprenda con algo estúpido y maravilloso después de otro día de mierda; por favor, me mandas un sms. Es muy bonito, y muy espiritual. Quizá debería pasarte el test de la petarda ¿Qué opinas de los Beatles y Cortazar?

No se puede luchar contra años de educación no académica, de adiestramiento y de corrección política. A los dos nos contaron que éramos especiales (tú más, por eso de tu género), que todo iría bien y los dibujos animados a mi me pintaban bastos en que mi redención vendría sacrificándome devoto y fiel por alguna como tú. Después los animalitos parlantes y graciosos (para mi tienen más chispa los graciosos de Lope) se cantan la última muy romántica y sentimental y fundido a negro. Tú solo tenías que esperar haciendo lo que te diera la gana mientras me cargo al dragón y las paso putas de todos los colores porque mereces la pena, eres la princesa encantada. Yo puedo quedarme en sapo después del primer beso y, en ese caso, con tirarme otra vez a la charca tienes bastante.

Es que somos de nihilistas. Está de moda, creo, porque nos hemos existencializado y porque ese consumo, que adoramos lascivos en secreto (por fuera somos de despellejarlo porque no llega a los pobrecitos de las selvas), nos ha producido una anomia de tres pares ¿Y es que qué podías hacer si has nacido para triunfar, para el si siempre y eres perfecta, nadie te puede decir nada y el egoísmo más anti-empático es el valor humano más importante que se espera de ti y se te aplaude? Eres, mirando la pantalla del móvil tres veces por minuto, muy así y muy Carpe Diem. Nada te perturba y nada te importa. Solo el disfrute de tu persona como centro. Por eso estoy hasta los cojones. Por eso aguanto como puedo. Porque me da miedo las consecuencias del adiós, el cicatrizar, principalmente. Porque pavlovianamente también creo que eres una princesa y que no puedo hacer nada que te siente mal. Sería, en mis posteriores procesos de evaluación y examen de conciencia, peor que perpetrar el exterminio salvaje de un poblado de famélicos negritos allí donde el Sahara pierde su nombre.

El camarero trae las cosas: mi tercio y ¿Lo tuyo? Es como un batido, o chocolate, o algo así. Con chorretón de nata encima, barquillo clavado en ésta, dos pajitas, copa de cristal con ondas y volutas ¡No le falta complemento! Y podría decirse que es uno más de los tuyos tan conjuntada intentando no parecerlo. El precio será escandaloso y lo disfrutaré cuando se te pase la liberalización y yo apoquine, porque soy así de tolai, honestamente contento. Los coches pasan muy cerca, huele mal a calle calurosa, con el ruido no te oigo un carajo (no habrá mucho que oír, ni contestar, tampoco; no te apures), y la acera está atestada de gente que pasa estropeando el espacio de confort. Un mendigo da por el culo, en orden, a todas las mesas hasta llegar a nosotros “Soy serotoxicoblablabla…” ¡Enhorabuena! Yo quiero (eso parece) a esta tía. Cada cual tiene sus desgracias. Ni le miras porque sigues con el móvil. Yo tampoco digo nada, como si nuestro silencio, rigidez y ausencia de contacto ocular nos escondiese de él. El encanto de las terrazas. No me gustan. Me siento como desnudo en un interrogatorio, con todo expuesto a una calle hostil que sigue oliendo mal. Pero a ti te apasionan porque te empapas de humanidad y realismo. Yo no, puede que sea una mala persona y por eso me pase.

Ahora podría alargarme en como nos conocimos. En si tuvo algo de película, o no, o las dos cosas. En si llovía, había estrellas o pasaba el camión de la basura estrambótico y pegando pitidos con cada maniobra. En el paso a paso. En cómo me di cuenta de que podías darme un segundito de ti ese día. En cómo te diste cuenta de que yo no era, ni soy, para nada importante, puede que ese día también. En que te da lo mismo todo y a mi cada vez menos. En el declive de tu interés (pasada la moda). En el sacrificio cada vez mayor que debo hacer para mantener tu atención, como un chiquillo malcriado que se aburre a los dos minutos y para el que cada vez el juguete tiene que ser más caro. En los cada vez más frecuentes malos momentos que me ponen un poquito más cerca del adiós definitivo, cuando me decida a dar el salto y a ti te dure la pena unos quince segundos hasta que la alegría por desprenderte de mi, trasto al contenedor, eclosione sin que te importe nada más que el hedonismo inmediato; sin que te dejes tocar por cualquier sentimiento de reflexión o nostalgia. Eso no es para ti. No hay un mañana, no hay un ayer y el ahora no significa realmente nada. La posteridad y el karma son inventos para los pobres y los feos. Realmente no significa nada, repito, dentro de veinte millones de años los segundos seguirán pasando y nosotros no seremos. Por lo que puede que sea lo mejor lo que tú haces. Me estoy poniendo filósofo de baratillo y rebajas ¿pongo cara de estar oliendo un pedo anónimo para parecer más profundo o sería rizar el rizo?

No hay comentarios: