domingo, 7 de octubre de 2012

El rentable negocio de ser un bastardo I




           Debería dar las gracias a la moral americana nutrida de la ultra ortodoxia cristiana. También debería dar las gracias al dominio que su industria cinematográfica ejerce sobre el mundo entero. Por ultimo acordarme también de mis padres, que tuvieron la delicadeza de amaestrarme para el ser y estar de aquella manera. Fueron muchos años de todo eso, metiendo en mi cabecita que el bien triunfa siempre, que el mal tiene su castigo y que no se puede (nadie se molestó en explicarme tampoco que poder, lo que no se puede, es volar por uno mismo o respirar debajo del agua de manera autónoma; el resto de cosas que no son como esas, se pueden ¡Vaya que si!) ser sino honesto, honrado, recto. Y tiene guasa, porque no funciona. Para cuando te das de morros con la vida, la parte cruda, es tarde y cuesta un Potosí primero entenderlo y, después, cambiar.

            Él era una mala persona, una de las peores que he llegado a conocer en mi vida. He conocido gente estúpida, gente malvada, gente mezquina, gente mentirosa, gente cobarde, gente infame, gente maleducada, gente orgullosa de ser inculta… el problema del colega es que lo tenía todo. Era un cúmulo, un crisol donde se habían fundido todas las malas características que denigran el autorretrato favorecido que el ser humano se lleva haciendo desde que pintó una estampa al primer héroe clásico. No me extenderé en ejemplos, mejor reflejo de lo que el alma de uno lleva puesto, porque daría para un novelón, una saga (que están de moda, aunque no sea de vampiros ni heroínas del estrógeno) y no procede. Es lo dicho, era la peor persona que había conocido, un desgraciado, un mierda.  Si lo hubiese encontrado en un arrollo, en un albañal, en la más profunda derrota, pagando por existir… no hubiese habido ningún problema, pero es que yo me lo encontré petándolo. Vareaba plata, tenía varías empresas, trincaba (con su genotipo no podía ser de otro modo) a espuertas y se paseaba por la vida y la calle en sus coches (que no cuidaba para nada y estaban de desguace), con su uniforme  pantalón corto, camiseta apañada de la empresa y gorra de mendigo. Era napoleón revisando tropas, era satisfacción, presunción, era éxito. Los yuppies de cuando yo era un chiquillo gastaban gomina y trajes a medida, ya no hacía falta ni eso. Ultimo dato, creía en dios, lo que ya es creer en algo, y por eso se suponía (mucho suponer) mejor persona. No se daba cuenta de que si el rol master realmente seguía las reglas que nos decían que había decretado para la partida, a él le iba a ir muy mala. Pero es una pavada, es el consuelo de justicia del que no se atreve a hacerla por si mismo, la justicia o la injusticia. El se atrevía a lo segundo y, siendo lo peor que se puede ser, le funcionaba a las mil maravillas.

No hay comentarios: