domingo, 19 de febrero de 2012

Los guiris II



         Unas siete cañas después a Aurelio Memelo todo le parece maravilloso, y la panceta no le engorda, y la tortilla de patatas, que puede llevar un par de días en el calienta-platos del mostrador es algo exquisito. La tropa de guiris está bonita del todo, cocidos y recocidos. Los más de ellos entre cañas y sangrías llevan la docenita por barba. Y alborotan, como no podía ser de otra manera. Los camareros, a lo tonto a lo tonto, no dan abasto. Posiblemente la nota sea de tres pares de cojones y la hinchen un poco, bastante. Que son guiris y hay que hacerles el truco. Son las cosas de las expresiones de identidad cultural.

         Horrora Butrón también está pendiente, por eso no se descontrola y alarga las cañas. Para que no se le desfase la borrachera y acabe pringando. Está más por los pinchos, que pide continuamente: de carne grasienta, fritangas varias, huevos en diferentes composiciones, banderillas y otros encurtidos, paella pasada y fría. Todo le viene bien. La tarde, que pintaba tan tonta, se esta poco a poco convirtiendo en un delirio pantagruélico. Y es feliz, porque no hace falta mucho más cuando se está un poco achispada y se tiene la tripa llena. Es bonito no ponerse metafísico, ni pollas, y dejar pasar. Los animales no se preocupan, puede que tampoco se depriman. Un momento de no ambición, de satisfacción física y nada más, que condura y saborea. Saborea como las croquetas que la ocupan en ese instante, un poco crudas con la besamel liquida. Van para adentro.

         Pero todo se acaba. Mira la hora. A continuación a la manada de guiris, con los que ha confraternizado un poquito, y hasta parloteado perogrulladas en las que nadie ha entendido nada. Una pequeña parte siente remordimientos por lo que va a hacer. Pero es, como se ha dicho, pequeña, casi insignificante. Las rutinas de la supervivencia obligan a según y tipo de maldades. Se levanta. Uno de los guiris la pregunta que a donde va. Al “toilete” un segundito. Y en efecto va al váter, que le hace falta. Allí se avía, y hasta se lava las manos después, lo que es un detalle extraño, exótico casi, de una urbanidad sin precedentes en nuestra querida amiga. Se mira en el espejo reconociéndose no muy pasada de rosca. También reconociéndose satisfecha por el invento y ese destello de suerte negra que dios le dio cruzándola con los guiris. Suspira. Sale y enfila la puerta. De los guiris ni uno se entera. Allá les queda el marrón de pagar lo suyo, que si se lo reparten será poco, pero a Horrora Butrón le ha hecho el domingo.

         Cuando llega a casa le empieza a doler el estómago, a arder indescriptiblemente. Está empachada, molesta. Se acuesta como algún tipo de rumiante gigantesco preñado y en la cama resopla y se retuerce. Como no podía ser de otra forma, se fuma el curre. Mañana ya explicará el porqué. Al que crea que es algo del karma, que te den por el culo, que eso solo existe en las películas con moralina de todo a cien.

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