domingo, 12 de febrero de 2012

Los guiris I



         Horrora Butrón andaba de estucheo por la zona turística de la capital, lo que ya es hacer un domingo por la tarde. Y tanto que es hacer, que lo hace todo el mundo. Y después de una puta hora ya anda hasta el fandango. Y precisamente de eso, de andar y de que la puta tira de la chancla, por supuesto de goma mala con reborde y todo a cien (un euro al redondeo), le esté preparando la madre de todas las ampollas entre el pulgar y el índice de un pie al que no le sobraría un lavado a fondo, un calcetín limpio y puede que algo de desodorante específico. Pero el verano se hizo, entre otras cosas, para lucir juanete y mejillón. Por eso se sienta en un banco y se plantea meterse a una tasca a cañita y pincho de merienda, puede que dos si la cosa no está muy cara. Se mira el monedero y hay una mierda, mucho papel que no sirve, entre otras cosas no sirve para pagar en ningún lado. Por lo que se está sentadita, y calladita, y descansa, que no es mala cosa, mirando pasar el mundo en un banco en una acera. El mundo que, por lo visto, hoy es un montón de gente pasando a ningún sitio, mucho esperpento, mucho postureo, y lo bonito de las ciudades, mucho no mirar muy lejos del ombligo. A Horrora Butrón le gusta, por lo que quiere ser de cosmopolita y por que sabe lo mierdero que es que todo el mundo te mire y evalue cada segundo (recordemos que viene de la insidia rural más desagradable y profunda). A Aurelio Memelo también le gusta, pero por razones menos espirituales, está sentado, tranquilo, y más o menos hay sombra, por lo que se está bien. Que muchas veces vaciarse y dejar pasar minutos es mano de santo para el cable.

         Aparece, de repente, una tropa de guiris. Todos van uniformados, por supuesto de calcetín deportivo, polo, gorra y riñonera. Todos están rojos (al rico melanoma, los tendrian que hacer con el logo de “spain is different”, y solo uno, un poco más resuelto, mira un mapa de oficina de turismo. Cabeza de tropa, no tiene ni puta idea de donde anda ni para donde tirar, los otros se le arremolinan como gallinas alrededor y el otro se ofusca, y no sabe por donde tirar, ni lo que hacer. El mapa es algo parecido a un tebeo de un superheroe cutre y bicolor de los setenta o una revista porno de cuando Larry Flynt publicaba en papel con cosas que daban gusto y miedito y que empezaban a enseñarnos la nueva era que sufre el destape allende de las fronteras en lo que antes era una estrella y puede que una bandera roja. A Horrora se la abre el ojo, el de la entendedera, no el otro, malpensados… Se arranca muy rumbera para allá, y con algo que a los guiris les sienta como el culo en lo que es agresividad gestual, distancias de seguridad, tono de voz, etc. Le entra al resuelto, que es un cincuentón dentro de la media, la moda y el coño moreno de la estadística de los que de su país vienen para ver mierdas y que les estafen en todo (traditions). Abre fuego al son del “hola, ¿te puedo ayudar en algo?” dicho con mucho plumón y a voz en grito, para que se entere bien, y lo trinca del brazo, para que no se escape.

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