domingo, 18 de septiembre de 2011

Las llagas VI

 
        Allí en el banco se me aparecieron, mientras esperaba y saliendo del tercer o cuarto portal por debajo del suyo, tres gracias del lugar. Ellas, que iban vestidas como para trabajar en algún edificio luminiscente de carretera con afluencia de camiones: cabezas oxigenadas, minifaldas elásticas, escotes, mucho y mal maquillaje; me miraron mal. Me excitaban sexualmente y por eso me acuerdo de ellas. Me miraban mal con cierta razón. Debía tener una pinta muy rara con los pantalones verdes, anchos, de corte militar; la camiseta roja, ajustada, pequeña, sudada y la mochila, de propaganda, entre las piernas. Entre asco y suspicacia, se pensarían que era alguna especie de incompetente mental. Entonces me puse a calcular las probabilidades reales de que me pasase algo. Algo como que uno de los latinos grasientos, gordos, adustos, de piel amarillenta, uno de los de la puerta del locutorio cercano, me atracase; o que algún adolescente de peinado de estrella del fútbol mal copiado y mucha coca (aunque la tasación habitual del speed suele ir mucho más con su tipología) me diese un puntazo amparado en su propia estupidez y la Ley del Menor. Soy oficialmente, según mis diplomas académicos, un especialista en seguridad. Me aburría y estaba cansado. Restos de teorías criminológicas, antropografías delictivas, etc... transitan por mi memoria profunda y salen a respirar, como las ballenas, a veces. Por eso elucubraba semejantes gilipolleces. Cosas de paleto, ciudad que viene grande. Me he criado condicionándome con telediarios truculentos. La respuesta condicionada (“ER en adelante”, que dijeran los apuntes) es normal que tire por esas trochas.

         Ella, por fin y de una puta vez, salió del antro y tertulia con un troley muy amariconado. Arrastraba las ruedas por el enlosado y sonaba a carraca. ¿Tantas cosas le hacían falta para una sola noche? Luego descubrí que sí, además de que la logística menstrual, aparte de un misterio, es aparatosa, escandalosa casi. Acto seguido recogimos a su prima en una de las paradas del metro. Venía dios sabe dónde. Me lo dijo, estoy seguro, pero me sigue importando una mierda. Casi desde el principio me fusiló a preguntas. Personales, groseras, inocuas, sin sentido, de todo pelo y condición. Preguntas con las que pretendía informarse para proteger a su prima del ser extraño que había venido de a tomar por el culo en la España Profunda. Preguntas que no servían para nada. La mayoría de mis respuestas la dejaban fría. Venían de un mundo superior, o por lo menos diferente, que no entenderá jamás. “¿Qué música te gusta?”, ”¿Qué películas?”, ”¿Qué te gusta hacer?”, ”¿De dónde eres?”, ”¿Has estudiado?”... Por partes: “Ahora mismo Iggy Pop. No, no es nada de lo que suela poner tu novio en ese delirio de utilitario que pretende hacer pasar por tuning. No lo has oído jamás, seguro”, “Miedo y asco en Las Vegas y El club de la lucha, entre otras muchas”, “Me gusta leer. Como sé que a ti no mucho, no me molesto en darte autores que no vas a conocer o títulos que se salen de los best-sellers a los que puedes acceder cuando, milagrosamente, alguien te los deje y los consumas hilvanando una de cada diez páginas. También me gusta masturbarme cada dos por tres, especialmente utilizando pornografía temática de asiáticas como surtidores y anglosajonas fetichistas de culos aceitados. Pero esto último, evidentemente, no te lo voy a decir a ti”, ¿Qué me queda? ¡Ah sí!, “Soy de una porquería de pueblo donde todavía hay quien no quiere poner agua corriente en su casa y quien, muy pintoresco, se ayunta con animales (te lo digo con la expresión local, significa que joden con ellos)”, “¿A qué le llamas tú estudiar? Si para ti es haber superado la ESO entonces sí, he estudiado. Una época muy divertida, por cierto”. ¿Te has enterado de algo? No. Estaba seguro de ello. Querida prima, aunque ya no deba usar ese tratamiento, fue un placer el no conocerte. Que te salga mal la vida, te lo deseo incluso estando seguro de que será así. Tu pesada protección y tu altruismo hostelero no han servido para nada. Adiós, cielo. Si hace falta puedes coger un día con tu prima y ponerme verde catalogando todos mis defectos. Seguro que me has sacado un cojón de ellos. Para algo te tenía que valer el interrogatorio. El que no se consuela es porque no quiere.

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