domingo, 11 de septiembre de 2011

Las llagas V

 
        A las tres de la tarde cogí un autobús, en mi pueblo todavía coche de línea, que me llevó por las parroquias de media España de romería, acorralado entre el cristal y una inmensa señora llena de fulares y trapos al cuello que sudaba, se quitaba los complementos, sentía frío por el aire acondicionado, volvía a ponérselos, y de vez en cuando pegaba cabezadas en las que se vencía, paulatinamente, hacia mi hombro. Llegué a la estación sobre las siete, todavía de día, calor y demás. Ella no me estaba esperando. Según la porquería lacrimógena que se había montado, fue por estar al médico. Por eso me tuvo en el túnel que da a la estación de metro cerca de una hora. Lo del médico me sigue oliendo a culebrón, del malo, por una razón evidente: si en las ordenanzas asistenciales patrias ni Clavijo trabaja más allá de las tres de la tarde, mucho menos a las seis (hora de su cita), por mucho ciudad, metrópoli o gran Babilonia que sea. Cuando apareció, muy etérea con sus sandalias de tacón y su vestido ligero, vaporoso y suelto que tan mal le quedaba con los hombros blancos, casi celulíticos, al aire, su poca talla de tetas y su cara redonda y mofletuda de chochona de tómbola deprimida rajándose las venas en la bañera, le pregunté por el diagnostico. Ella hizo el papelón, el misterio. Tanto que nos dio tiempo a coger el bus que suplía al metro, en obras. Del autobús al metro donde ya se podía circular y de allí a una plaza importante y monumental, dónde todavía me dio un paseo hasta el parque que hay por debajo de un casposo monumento archiconocido, magnifico, cuyo nombre soy incapaz de fijar en el poco cableado que mi afición al alcohol me permite conservar. Una vez allí, en el césped y de plan (como se decía antes) y con ese tira y afloja del “te quiero tocar una teta” o “¿Porqué no me enredas un poco con el huevo derecho así en plan lúdico?” versus “¡Las manitas quietas!” o el “¡Para de una vez!” (muy bucólica la pintura), me comunicó que podía ser un principio de leucemia (lo del médico) y que no sabían. Mientras me explicaba todo, con mucho tecnicismo mal dicho y conocimientos apócrifos de medicina, yo veía, debajo de su cabeza y en mayúsculas amarillas parpadeantes, el subtítulo “PELÍCULA DE ROMANOS”. Al instante le ofrecí todo lo que estuviese en mi mano con esa impostura, entre brusca y cateta, diciendo malsonancias, azarado... que aplico cada vez que pretendo un barniz sincero, profundamente sincero, tan sincero que me da vergüenza estarlo diciendo. ¡Mentira puta! Que se dice en mi terruño. Por supuesto en este ofrecimiento estaba incluida mi médula ósea si hiciese falta. Viniendo al cuento, hace un rato, justo después de decirme que no me quería volver a ver, me la ha vuelto a pedir. Mi médula, me refiero. ¡Joder con el instinto de conservación y su puta madre la vikinga! Le he respondido que sí, que por supuesto, que todavía me visto por los pies. La verdad (y nada más que la verdad con la ayuda de dios, señoría), que ella intuirá dentro de poco hasta aparecérsela en forma de cruda y viscosa casquería, es que por la salvación de su ser no me sangraría ni un grano con cabeza blanca, mucho menos la médula. Soy un apóstol del “hablar es gratis”.

         En el parque estuvimos hasta el anochecer. Le di todo mi repertorio, manido, estereotipado, usando lo que llamo la voz del Papa, o del Puto Papa, según las circunstancias, y que no es otra cosa que chorradas pretendidamente profundas y (suspiro irónico) enamoradas que suelto a volumen medio-bajo desde el diafragma. Aunque pueda no parecerlo me ha dado siempre bastantes buenos resultados. Después nos bajamos para su casa, barrio piojoso, sucio, miserable. Protección social del franquismo agonizante en edificios bajos, cuadrados y ocres entre avenidas principales con árboles pequeños, secos y macabros. Allí debía coger las cosas para pasar la noche. La esperé un rato inmenso en un banco a unos veinte metros de su hura o madriguera familiar. Considerada como siempre. Sus padres, basura blanca, no debían verme, faltaría más. Se estaba portando magníficamente como anfitriona, amante, persona...

No hay comentarios: