domingo, 19 de junio de 2011

Epifanías III


 
         Un asqueroso regusto a donut, saliva pastosa de madrugón y ácido estomacal le sube en el eructo. Lo frena arriba, tapándose con la mano el hocico, por si acaso. Después lo suelta silenciosamente exhalándolo, con la expiración, por la nariz. Se puede hacer. Es como echar el humo del tabaco. No suena pero huele (en los casos en que el eructo huela per se) igual. Como un tiro con silenciador, un pedo sordo por otro lado. Humor de esfínter, todo un clásico (como la misma frase “todo un clásico”). Este huele un poco pero se mimetiza en los olores y alientos del personal presente: café, con y sin gota; dientes que no se lavan; metabolismo acelerando para poner a tono que usa el esófago de tubo de escape… el metro no huele bien nunca, y por la mañana temprano, que es todo más triste, mucho menos.

         Las paradas pasan. Mira el nombre de las estaciones por la ventanilla. Lo mira en el croquis de línea del vagón. Cuenta lo que le queda. Repite las tres o cuatro siguientes como un mantra (para los iluminados del exotismo) o un rosario (para las beatas de toda la vida). Son obsesiones-compulsiones para pasar el rato y de andar por casa, como la felpa. Le entra modorra, se pone a pensar (o al revés, da lo mismo). Se está yendo. Vuelve. Depende del enfoque, el espacio, al contrario del tiempo y aunque sea de forma limitada por razones fisiobiológicas, no es unidireccional. La mochila entre las piernas bien vigiladita. La gente, con cara de mala hostia, se evade como puede cada uno a lo suyo. Todos están lejos y les gustaría estarlo.

         “… lo que de verdad está de puta madre es cuando todavía se es pobre, y se está jodido y quemado. Entonces es cuando nace la casta y la violencia de un mal defensa psicópata al que la grada adora. Que la grada adora a todo aquel que es capaz de echarle huevos y reventar de un patadón al delantero niñato, bonito, mimado, que todos queremos ser y nunca seremos. Porque entonces la cosa, lo que se hace, tiene gracia, y rabia, que es lo suyo. Por eso lo peta y es nuevo, y maravilloso. Después de eso se agarra uno a lo de siempre saturando el momio una y otra vez hasta que la gallina de los huevos de oro está tan dada por el culo que, como todas las viejas glorias (puede que como todas las viejas a secas), solo quiere morirse tranquila en una residencia de las que no salen en el telediario funcionando en automático y asistiendo a un homenaje (prepóstumo) cada tanto. La misma coña una y otra vez, cada una de ellas con menos gracia…”

         En eso está porque los mitos se caen y los dioses se mueren (la mayoría de veces comidos de achaques y haciendo disparates por la demencia senil). Está enfadado con el mundo y el arte porque no le gusta un libro. Le parece lo mismo de siempre pero aguado, bien bautizadito: editor que aprieta, estatus económicos que no se mantienen solos… Ha perdido un autor, como el que pierde cualquier cosa, de su ultraortodoxa lista ¿Es hipercrítico por perdedor? Quizá. O solamente está amargado. Se puede pajear mentalmente con que el fracaso del admirado refleja el suyo acentuándolo pero, como hemos dicho, sería una paja mental más. El libro en sí puede que no sea malo. La subjetividad es tan puta en un metro a las siete de la mañana. Se marcha y todo se acaba. Le queda el sedimento del eructo en la boca ¡No se pasa el muy cabrón!

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