domingo, 20 de marzo de 2011

El borracho

Otra pieza reciclada.”A la tercera vez ponte a pastar…”

 
        - ¡Dios es un travesti! No, un travesti no. Dios es un transformista gordo, peludo, viejo y sudado que canta canciones, en playback, de folclóricas muertas. Y en su repertorio pasado de cuplés, tonadillas, coplas... lleva el universo guiado por las miserias sórdidas de las letras que imita abriendo mucho la boca. Por eso cuándo lo ves actuar, como yo lo he visto, todo se convierte en una ilusión fantástica entre boas de plumas rosas, lentejuelas doradas y rasos de carnaval que huelen al humo de los puritos, al coñac de garrafón y al Barón Dandy que consume el respetable. Ese es el problema. Generación tras generación de tradición monoteísta judeo-islámica-cristiana, venerándolo en ortodoxias cada vez más férreas, más integristas. Todos ellos manteniendo la obligación de la creencia en el sinsentido de un ente todopoderoso y perfecto, repito, perfecto, que controla, es más, no solamente controla si no que es, el todo. Porque claro, si Dios es el universo y Dios es perfecto ¿Porqué coño el universo es entonces, simple y llanamente, caos? Esta mierda creo que es un silogismo o algo de eso...

        Se sienta, un poco al desplome, en el sofá azul. Se pone pálido, apagado, apático pero con un resto de la excitación mental que le ha llevado al discurso todavía apagándose. Demasiado borracho para acordarse de la poca filosofía secundaria obligatoria que en su día le explicara, bastante mal, un cura metido a profesor mira dentro del vaso vacío. Agita lo que queda de hielo centrifugándolo y se lo lleva a la boca por oficio, bebiéndose la maceración de hielo deshecho, pedazo blando y descolorido de limón y vodka de súper.

         No vuelve a hablar. Alrededor el tiempo pasa, obviamente. Una divina, patéticamente intoxicada, propone jugar a algo de cantar por equipos sexuados con los gestos exagerados y gelatinosos de su sobrepeso. Nadie la escucha e insiste, con idéntico resultado. Dos cretinos debaten vehementemente sobre futbol salpicando espuma de cerveza en torno suya. Entre ambos, una que ha llegado tarde lamenta el sitio y pone cara políticamente correcta a las interpelaciones que le hace cualquiera. Pide un pelotazo, bien cargado, para alcanzar al pelotón, para fluir con la catarsis colectiva del momento. Una pareja discute. Él le recrimina a ella su actitud autista, snob y grosera. Ella a él que ya deberían estar en otro sitio. Ella dispara con precisión y dureza golpes dialécticos plenos que impactan en los huecos, inmensos, de la guardia baja de él. Él carga valiente, obstinado, lanzando una y otra vez las mismas series que no llegan por mucho. No solucionan nada. Tampoco lo harán en unos de días. Él acabará claudicando, por supuesto. Alguien intenta vomitar en el lavabo disimuladamente. Se le ha ido la mano y por eso tiene los dedos índice y corazón buscando el final del paladar. Suda, babea, contrae violentamente el abdomen. Síntomas típicos con un rollo de papel higiénico en ristre. En la cocina atacan un chorizo sigilosamente. El agresor mira por la puerta cada par de segundos. Tiene hambre y asalta ansioso la nevera, cosa natural. Mastica las gruesas rodajas del embutido robado sin siquiera quitarles la piel. Le gritan que lleve un cartón de vino para mezclarlo con cola. Obedece. El resto de personas, apenas cuatro más, están de adorno. Nadie le ha hecho caso pero no le importa. No se da cuenta.

         Al cabo, el mundo decide irse por aprovechar algún bar abierto. Cogen los abrigos de la cama de un dormitorio. Él se excusa con ellos. Dice que no puede más y los despide educadamente, besos, apretones de manos, abrazos. En el descansillo meten jaleo y van desapareciendo por grupos en el ascensor. Cierra la puerta, apaga la luz y camina a tientas, tropezando con todo, hasta el sofá azul, donde vuelve a desplomarse. Se descalza y está unos minutos tranquilo, en silencio, respirando lento. Se inclina a la derecha involuntariamente, dormido ya, profundamente dormido. Algún dios, cualquier dios, probablemente contra el que ha estado perorando, le vela mientras.

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