domingo, 7 de noviembre de 2010

Gomina Killer III




         Ella, a horcajadas, bascula el vientre con golpes pélvicos hacia adelante. La polla se sale. El preservativo, dado de sí, se empieza a desprender pero todavía aguanta. Da tres embestidas al aire que no sirven para nada. A la tercera la polla choca con un tope y se dobla dentro de los límites de la erección y el dolor (par de milímetros). El cabecero deja de percutir la pared y los muelles del somier (¡Increíble que aun sea de muelles!) descansan un momento. Empuña rápido y la apunta contra su vagina. Se la mete dentro despacio aunque entra fácil, por lo menos un poco más que el primer tiro a puerta del partido, cuando el gozne estaba reseco y la puerta solo entreabierta. Coge ritmo progresivamente. Vuelve a sonar esa mezcla de golpe y chapoteo con base rímica “pum- pum- pum- pum- pum- pum- pum” y scratching metálico oxidado. Beat box guarrete.

        Gomina, debajo, tiene las manos detrás de la cabeza. Es el único capricho marrano que se permite ya que por lo demás, procura hacer el mínimo ruido. Le da vergüenza joder en compañía. No es lo más raro que Dios le dio para el cableado. En su cabecita sólida de producto capilar piensa en otras tipas, en porno, en la tele incluso. Es el segundo round y quiere acabar. Ya descargado, y en proceso de vaciar la reserva, todo le parece sobrevalorado y la gustaría estar en su casa. La luz está apagada porque es bastante vergonzante el cuadro y las fotos amarillas de los padres de ella (el padre parece un feriante) los miran, y oyen, desde las mesitas de noche. Y agarra, acaricia, muerde, lo que sea, cada zona mínimamente erótica o erotizada que se le pone a mano. Ella teatrea, la muy frígida. Es de la clase de neuróticas que cuando desayuna piensa en joder y cuando jode piensa en desayunar. A Gomina hace mucho que se le pasó la época de la entrega, el esfuerzo y el “talalaleo”.

         Rato después todo sigue igual. Ella se viene arriba en el papel y empieza a saltar arrítmica sobre sus rodillas. Cabecea el pelo, estoposo y sucio, en un himno del heavy metal que no suena. Gomina se dobla por la cintura porque el polvo se está pareciendo a una arcada a la altura de los huevos. En ese momento le da un cabezazo, seco, duro, con el “paf” de la hostia que llega al cráneo a la altura del frontal, un poco más arriba. La zorra para, se empieza a quejar y se lleva las manos a su puta jeta de muñeca de tómbola suicida. Intenta descabalgar con una patada circular para atrás, a cámara lenta, muy del cine de acción de los últimos ochenta, primeros noventa. Trasrosca el movimiento y se le va el apoyo. Cae despacio, grotesca, blanda y celulítica, frenándose en y con casi todo. Acaba contra la cómoda del lado de la ventana, despatarrada, manoteando el aire. Se ha clavado un par de puntas del flequillo en un ojo. Le llora, y le llena la nariz de mocos. También le escuece. Se lo frota con las manos. El otro ojo, por simpatía, hace lo mismo pero en menor intensidad.

         Él pasa. Tampoco tiene mucho que decir en medio del puto surrealismo kitch de la noche toledana. El pedo que dejara en el ascensor caería ahora oportunísimo, una apestosa sorpresa ninja de postre. Le pasa por no ahorrar. Al final, las aguas se calman, los dolores se pasan y a Gomina le dura el empalme. Por durarle, le dura hasta el condón puesto, por planchar y oliendo como todos los demonios del infierno, pero puesto. La otra, que es muy apañada, accede y se sube al autobús otra vez sin hacer ascos al gabán. Todo acaba con un chorrillo miserable, rastrero, escaso, diluido. Ella, eficiente criminalista, se deshace de todo y le da un trapo húmedo e inmundo para abluciones (¡Que rico!). Y fueron felices y comieron perdices. ¡Una mierda! Solo se duermen.

         Por la mañana tempranito le acompaña toda una línea de metro vacía, deshumanizada, preciosa. Hacen manitas, se besan, toda la basura. Ella se queja todo el camino del ojo. Y la verdad es que lo tiene conjuntivítico y legañoso, con la ternura húmeda y viscosa de una pústula purulenta (¡Tan bíblico!). Le pide que el accidente no transcienda. Gomina le dice que sí por decir, en plan última gracia, pitillo y putilla, del condenado, por darla la razón y que se quede contenta. Al llegar a su casa le vuelven las ganas de cagar revigorizadas por la represión, como las pajas de un beato. Se explaya.

1 comentario:

Dirty Clothes dijo...

Pobre chica, con quién ha ido a parar... ;P

dirty saludos¡¡¡¡¡