domingo, 13 de julio de 2014

Regalos y suerte I



            Del pedido, el reloj era un regalo, lo otro, el petate, era para mi y simbolizaba la necesidad que en aquel momento tenía de largarme lejos, aunque esa es otra historia que no viene al caso. La verdad es que todo marchó divinamente hasta que lo desembalé (el pedido en la página web, el rápido envío, la eficiencia de todos elementos implicados en la transacción…) eso debió avisarme. Y es que soy gafe. Del mismo modo que no tengo cuatro días seguidos en los que pueda decir “están saliendo las cosas bien de un tiempo a esta parte” sin que algo lo termine por joder, no puedo hacer una actividad cotidiana, como comprar un reloj y que me lo manden a casa, sin que suceda un puto “de repente” que me fuerce a dar mil vueltas para conseguir cosas que son sencillas y elementales ¡Un coñazo este invento! Porque uno termina hasta los cojones de que lo fácil sea difícil y vive en un perpetuo estado de esfuerzo para cualquier mingada (eso o el permanente estado de alerta cínica esperando el cómo se torcerá el asunto). Volviendo al tema, que el reloj me llegó jodido, frito, muerto… y lo que se hubiera podido terminar ahí (con el aparatito funcionando y simplemente envolviéndolo en papel de regalo) se me complicó en la romería de idas, venidas, gastos, llamadas, etc para lograr el objetivo: el puto reloj de mierda.

            El petate, por el contrario, sí que me llegó sano. De todas maneras, salvo que la bolsa de lona tuviese algún agujero, no me imagino cómo un artículo tan simple se pueda joder de otro modo. Es otro detalle que subraya mi cenizo: de las dos cosas encargadas, se salva aquella de la que mejor hubiese prescindido. El reloj, como ya he dicho, estaba difunto, tieso a las siete menos veinticinco de un día 16. Mi primera reacción, no volverse loco, a lo mejor era la pila, que no traía o estaba gastada. Antes de meterme en el chocho de mandarlo de vuelta, probé a acercarlo a una joyería, por descartar.

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