domingo, 2 de febrero de 2014

El club de lectura I



            La culpa la tiene quien la tiene, que no se puede estar quiete y piensa que los pájaros maman. Toda la puta vida en el pueblo, tratando a sus gentes (o bestias, léase como se quiera), respirando su aire corrompido y ruin, inmiscuyéndose en algunos de sus tejemanejes incluso, y la muy gilipollas aun no se ha empanado de cómo son los engranajes de la máquina o lo que se puede esperar honestamente de la caterva de animales, esos sub-humanos, que conforman el censo de habitantes (empadronados y toda la pesca…). Ahora qué…, hay algo que delata la fragilidad psicosomática y la iluminación mística de la responsable: era una concejala del ayuntamiento, la de cultura (¡Nada menos!). No hace falta explicar mucho más…

            Pero soslayemos lo procedente (o improcedente) de que una aldea de mierda con doscientas almas (muchas de ellas negras como la pez) necesiten de los servicios y gestión de un político vocacional para administrar su “inmenso patrimonio cultural”, o si es viable alguien en un cargo tan pomposo y rimbombante para gestionar los tres días de fiesta mayor (misa, procesión, charanga y verbena. Sin vaquilla, porque eso ya sería un abuso del gasto), una “semana cultural” más enfocada a la satisfacción gastronomita de los emigrados de veraneo que a lo espiritual, y cuatro o cinco patochadas más al año de esas con miles de fotos para las memorias de actividades y justificantes de subvención. No, ese no es el debate aquí, aunque tenga que ver. Ese es otro cantar más entroncado en la carcoma de gilipollez que nos rodea.

Ahora mejor, para poner en antecedentes, describamos brevemente a tan excelsa personalidad de la administración local, la responsable de la idea (de esa y de otras muchas de parecido calibre); y las formas de contratación del precario personal (el empleo en lo público no tiene término medio: o más privilegios que un conde medieval (los que seáis funcionarios, y asimilados, sabéis  a lo que me refiero), o condiciones de factoría textil en Bangladesh). Son referencias útiles para la historia y así le embuto al cuento su ración de paja y mondongo imprescindibles.

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