domingo, 5 de enero de 2014

La extremaunción



En los pueblos existe, enquistado dentro de su esencia atávica, un culto por la muerte marcado, exagerado, que roza lo morboso. Yo, que me crié en una aldea de doscientas almas, bien pronto comprendí hasta que punto llega ese fanatismo y sus rituales. Andaría por los ocho o nueve años y era monaguillo. Esa noche acompañé al cura a administrar una extremaunción. La impresión de la agonía hizo que se me grabase en la memoria con detalles muy nítidos, como el del mechero de yesca que en las escaleras de la casa colgaba de una pared. Por lo demás no lo comprendí. Solamente que la anciana estaba en las últimas, arañándole momentos a la vida.

Fue una en una noche de invierno, fría y ventosa para mayor efecto teatral. El pueblo sabía que ella estaba en el umbral. Cuando llamaron al sacerdote mi madre me ordenó que lo acompañase en la administración del sacramento. El párroco no avisó de lo que habría. Preparo el botecito metálico con el óleo, una hostia consagrada, se vistió y lo seguimos, estábamos dos auxiliares, asustados y silenciosos pegados a sus faldas.

Era un hogar pobre y viejo, con adornos y utensilios que no se habían renovado en cincuenta años. A la moribunda la tenían encamada en una minúscula alcoba (cortina por puerta). Sobre el cabecero de aluminio la velaban unos angelotes pintados en una estampa y un siniestro crucifijo de escayola. Estaba muriéndose, peleando por cada bocanada de aire, ausente. El cura, ajeno a todo, trazó la cruz grasienta en su frente recitando para sí, mecánicamente, la desganada fórmula. Ella protestó berreando como un animal cuando la forzaron a comulgar. Y terminamos. Para mí fue terrorífico por lo incomprensible, pero para los demás: el cura, la familia, etc. de una naturalidad rutinaria. Fue mi primer contacto serio, intuyéndole el rostro, con la muerte. Al día siguiente cayó. El funeral, en el que también fui monaguillo, no me impresionó tanto. Desde entonces, cada vez que lo rememoro se me pone mal cuerpo. Pienso que algún día me lo harán a mí y acojonaré al inocente monaguillo para siempre

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