domingo, 10 de noviembre de 2013

Como los señores II



Por esa vereda húmeda marca las huellas paso a paso. Cada tantas olas le alcanza una. Se moja sin preocuparle un pepino que esto suceda, sin intentar esquivarlas, dejando que los pies sientan la sal, la humedad, la arena. En el paseo marítimo el trasiego repunta un poquito: más corredores, los venerables paseantes como él, los primeros ansiosos montando campamento con toalla y sombrilla y los también primeros coches entre las calles de las casas de primera línea, mayoritariamente vehículos de reparto distribuyendo consumibles entre los negocios. En el puerto, tapados por la tapia del espigón, gruñen motores náuticos difusos y lejanos de millonarios.

Al viejo este brote de vida le fastidia, le jode casi. Él estaba mucho más contento con el aislamiento, con la misantropía de la playa desierta. Era más sencillo perderse en sus pensamientos sin el ruido cotidiano. Supone una vuelta al planeta Tierra y a la propia consciencia del paseo. Aterrizando, se lleva una mano al mentón para sopesar la importante decisión de concluir la caminata. Unos segundos después obedece a su estomago y husmea con la mirada donde desayunar. Mientras tanto se separa del mar y, justo antes de llegar a las baldosas, se lava los pies en una de las duchas allí instaladas.

           El bar está abriendo y aun tiene amontonadas en columnas las mesas y sillas de la terraza atadas entre ellas con cadenas y candados. Un camarero las desengancha y despliega sin agobiarse. Dentro de un rato soportarán a la humanidad tomando el aperitivo. El mismo camarero entonces trajinará frenético portando cañas de cerveza, vermuts y tapas de lo que tercie: ensaladilla, fritos, tortilla, encurtidos, etc. El viejo se sienta en una al lado de la puerta deseándole al camarero los buenos días y pidiendo amablemente un cortado con un bollo suizo. Deja los zapatos, aun en la mano y con los calcetines dentro, a un lado. La costa es un lugar disimulado y propio para estas transgresiones del protocolo y el vestuario. Se toma el café con leche y el bollo lentamente, saboreándolos, disfrutando mucho de la paz y el sosiego, de la falta de prisa por ir a ninguna parte y del día que se presenta seguro y confortable. El mar, su eco, seda con el ruido milenario y manso. Solemne y distraído el viejo apura el cafelito. Debe desandar lo andado para regresar a casa pero se resiste remolón porque en la terraza se respira plácidamente, campante, feliz como los señores. Los dos barcos flotan (actividad evidente en un barco) entre el rompeolas del puerto y la playa. El sol avanza por la inmaculada bóveda azul caldeando el perro mundo.

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