domingo, 14 de julio de 2013

El forastero II



            El desgraciado tiene dieciséis años y es más hormona  que hombre. Ha venido desde la capital con sus padres al pueblo mierdero y aburrido de su abuelo, como todos los veranos (que es mucho más barato que una semana en la playa. Antes, cuando era pequeño, todo lo del campo le emocionaba: un gato que pasase, un vecino que lo subiera a un caballo, estar todo el santo día corriendo y ensuciándose las rodillas con una roña que no salía ni a la de tres. Pero eso era antes, ahora da alguna vuelta con una bicicleta de montaña de algún primo mayor, se baña por las tardes un rato y el resto del tiempo se aburre como no se puede describir. El calor lo dispone a una especie de flojedad salida que para qué.

            En una de esas vueltas ciclistas a la entrada del pueblo, bajo la sombra de un edificio municipal, se encuentra con una recua de muchachillos que van desde los ocho años en adelante hasta una de dieciocho más o menos. ¿Porqué esa mezcla exótica de edades? Dos motivos, es el único modo de hacer manada donde no hay gente y los grupos allí discriminan más por edad mental que por la temporal estrictamente. La de dieciocho años, de la que el cándido no sabe nada, lo atrae como una vela a una polilla rastrera. Es cárnica, montaraz y a esas edades no se pone demasiado punto en las luces y sombras de las entendederas de cada uno. Como conoce de otros veranos a algunos de la manada pueril, se arrima e, involuntariamente, más por instinto que por otra razón, empieza a tontear con ella.

            Días más tardes, armándose de valor, la aparta una noche del grupo a una zona oscura y la besa. Sigue sin saber que si ella se va con todos los niños en lugar de con los de su edad es por el más que evidente retraso mental y su categoría borderline. Pero es que polla dura no cree en dios. A la tonta le gusta eso de tener un novio de ciudad (así lo ve ella) más que comer con los dedos. Por eso se deja y porque también, inconscientemente, le pica el asunto. Así una noche, una de esas en un apartado rincón de las traseras del pueblo, con torpeza, insatisfacción y rapidez, pierden la virginidad experimentando. Como ninguno de los dos tiene ni idea de lo que hacen, es sin chubasquero.

            Al mes y medio, cuando las cuentas de la marea roja se han ido a tomar por el culo y el otoño llega, a la tonta le da por contarles a sus padres el affair. En pos de conseguir un medio de comunicación con los responsables del semental, se lo dicen a los abuelos del muchacho y de paso a quien quiera poner orejas. Tras eso la decisión se torna complicada ¿Qué hacer? ¿Aborto? ¿Adopción? ¿Quedárselo? Sea como fuere al calentorro le han salido bien caras las vacaciones, los calores y las costumbres estivales del pueblo con su idiosincrasia tramposa. No se le olvidarán jamás.

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