domingo, 17 de marzo de 2013

Estupro II



        El amor había surgido, además un amor bizarro, esperpéntico, intergeneracional. Una soberana estampa, un “toli-toli” (para los no iniciados en la jerga del concejo, “toli-toli” significa escándalo mayúsculo, motivo de habladurías corriendo como regueros de pólvora prendida por las viperinas lenguas de las corrosivas señoras como murmullos cáusticos y sal de la vida en el colmado, la puerta de la iglesia etc…). el niño de los … había salido rana, y trucha también. Era algo que se conocía desde bien pequeño por su exagerado amaneramiento y porque en el pueblo ya habían pasado casos similares y se sabía de que iba el tema.  De hecho lo más significativo del mariposeo jacarandoso de la criatura era que lo hacía el niño de los … , los tipos más duros, más montaraces, más  machos, con más pelo en los cojones, más cazadores, más vociferantes tanto saludando como blasfemando. A los catetos de pro, de pedigrí, el nene les vino al mundo manflorito, ya ves tú lo que son los contrastes.

            Sin que una cosa tenga relación con la otra, el bujarrita era malo. Tenía un transfondo de alma cruel, malvada, interesada, mezquina y dañina que, como su revoloteo, quedaron patentes desde el principio. Mentía con soltura y desparpajo, maquinaba abominaciones de las que, cuando venteaba consecuencias, se escudaba tras la violencia furtiva de los suyos y el miedo cerval de los vecinos a que les arrasasen una plantación de frutales o le carbonizasen un corral. No había comentario que no dijese con doble sentido para conseguir el máximo oprobio, no había acción suya que no fuese calculada. Si hubiese torturado a perritos o gatos en su tiempo libre, hubiese sido la perfecta definición de manual de un psicópata. Sus papás, ciegos ante el detallito de la orientación sexual (nunca lo fue más que el que no quiere ver, resultaron los primeros sorprendidos cuando la tormenta descargó), estaban orgullosos de él por los talentos nefastos de su personalidad. “Y lo listo que era…”.

            El incauto que se comió la peor tajada era más pringado, más panoli y, aunque le doblase los años a su intermitente y costoso amante, la parte del binomio más infantil e inocente. Era del tipo pausado de personas, sosegado y bonachón. Se le categoriaza (campo en el que no eran necesarios muchos meritos para poder formar parte de él) de atontado, poco espabilado, en la frontera o limbo de entrar en la liga de las estrellas, las superestrellas, los tontos de pueblo. Había tenido varios trabajos y poco aprovechamiento académico. Era uno de la cuerda más discretito, tanto que para algunos fue una revelación el episodio por su parte, no por la otra que, como hemos dicho, bien clara estaba. El pobre desgraciado se enamoró y así le fue. Aprende la moraleja, no te enamores, no renta. Lo estafó como a un bendito y, si hubiese seguido aferrándose a la farsa que se había montado y en la que se refugiaba, le hubiese costado un disgusto. Unos de los serios, me refiero. Uno de los penados con unas vacaciones a costa de papá estada y rejas en las ventanas. Esos son los verdaderos disgustos. Comparado con eso el desamor es un disgustillo pequeño que se pasa con clavos, manchas de moras, unos traguitos y un par de meses.

            Se conocieron por la suerte de simpatía gremial y el radar gay. Los pormenores de quien los presentó o si se dieron la mano o dos besos los desconozco. Preguntadles a ellos, serán mucho más precisos respondiendo.

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