Quizás la mayor actividad cultural
(que era en lo que consistía mi puesto, gestionar las actividades culturales
del pueblo) fuese descargarme, para uso particular, “El almuerzo desnudo”
aprovechando la buena conexión a Internet de la biblioteca, mi lugar de
trabajo. Y menos mal que ese día se me ocurrió ponerme cinéfilo, porque entre
lo que me costó encontrar una buena edición, calidad dvd, en mi idioma (soy tan
pedante de ver cine raro y tan cateto de pasar como de la mierda de la forzada
y forzosa versión original subtitulada), se me hizo la mañana y eso me salvó
del crimen. Por definición, me salvo pero también a los que hubiesen sido las
víctimas (a mi de cometerlo y a ellos de padecerlo). Eso me distrajo de la
tentación, cada vez más acuciante de coger uno de los tomos vírgenes de una
enciclopedia de la historia del arte que cogía polvo en la zona “de consulta” y
estampárselo repetidas veces es sus cráneos huecos y sin futuro. ¿Qué tomo
hubiese cogido como objeto contuso? La parte racional de mi misantropía me
hubiese orientado al más pesado, voluminoso, para descargar golpes inmensos que
los redujere a una masa sanguinolenta con salpicaduras y tropezones de
casquería fina en un área redonda como el círculo de deflagración de un explosivo
solo que cambiando metralla por pulpa bioorgánica de color violeta. Mi parte
romántica (una de las más gilipollas que tengo, he de admitirlo) me hubiese
tirado más por escoger algún tomo temático (creo que el barroco, si imagino las
fotografías forenses del hecho, es el que mejor le hubiese venido). Por muy
reprobable que pueda ser la acción a un nivel ético, deontológico, e incluso
desde la más estricta coherencia; hay que reconoces que sería algo, al menos
visualmente, muy potente: un tipo frenético, enarbolando un libro como una maza
medieval y descargándolo hasta el paroxismo sobre un montón de adolescentes, o
pre-adolescentes, gordos en calzonas y chancletas mientras gritan y borbotean
con su mudante voz.
Pero eso es lo que pasa por mi
cabeza: ensoñaciones gloriosas fruto de la mala hostia y de la impotencia de
que, en nuestra realidad social, los mocosos (estos mocosos) son intocables, lo
saben y me toman por el pito del sereno. Lo que pasa por fuera de mi melón con
gafas es bien distinto. Vienen cada día a usar los ordenadores porque no tienen
otro lugar ni persona al que dar por el culo. También porque los ladinos de sus
padres (a quienes, recuerdo, yo no forcé a procrear más basura para un mundo de
mierda) se desentienden de ellos, los traen al pueblo y les dan suelta como a
una piara de cerdos en una dehesa. Pinta que hasta septiembre no me libraré de
ellos. Va a ser un verano muy largo. Y ahí siguen, dando gritos y soltando
tonterías pretendidamente obscenas que lo único que mueven es a la vergüenza
ajena.
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