De momento leo intentando abstraerme
de ellos. Es jodido, porque los anormales traspasan cualquier barrera
psicológica que quiero meter entre su existencia y mi serenidad. Saltan por
encima de la reivindicación de individualismo que significan unos auriculares a
máximo volumen. No, pequeños hijos de puta, no quiero interactuar con vosotros,
no quiero sentiros siquiera. Y en esencia eso no me hace una mala persona.
Vuestros padres, con su abandono envuelto en vacaciones con los abuelos, demuestran
lo mismo que yo estoy mencionando. La diferencia es que no puedo mandaros a
tomar por el culo u ofreceros esa hostia sacramental que os endilgaría la
mollera de una puta vez. La obsesión coyuntural por su destrucción se expande
por mi conciencia. Apenas paso de palabra en el eterno párrafo de mi lectura.
Ellos se vienen arriba ante la ausencia de límites. Me trae por el culo la
representación de los abortos si no se me permite la crueldad con ellos, sigo
sin ir a comisión por cliente. El tiempo se congela en su esquinita de la
pantalla de mi portátil (joder, que frase más pedante). Minuto a minuto yo me
consumo en odio a lo humano como una brasa. Solo deseo fervientemente, con un
anhelo de yonki en mono, que sea la hora y cerrar el garito por hoy. Es largo,
y asqueroso, y cualquier cosa para paliarlo es inútil. Hay días en el trabajo
que parecen el especial del tonto. Imagino un inmenso cadalso del que pendan en
hilera. Ellos juegan a mini juegos de ordenador comentando cada cosa.
Como ya estoy hasta la polla de
ellos (hasta la polla de ellos estoy desde que cruzan el quicio de la puerta.
Ahora lo que estoy es en un momento, el último, de salvaguarda de su seguridad,
para que la violencia proyectada de mi psique no trascienda a la realidad) hago
lo único punitivo que les puedo hacer: desconectar el router. Poco a poco sus
ordenadores se desconectan de la red. El mío lo hizo el primero, pero me
compensa. Ellos remolonean un rato, aferrándose al ratón, hasta que salen en
estampida por la puerta. El silencio que sigue a su marcha es casi orgasmático.
Me repanchingo en la silla de oficina oscilándola sobre su eje y disfruto.
Otras tardes consigo aguantar hasta la hora de cierre, hoy no tuve huevos.
Enchufo el aparatito mágico de Internet.
¿Qué tal si se me termina de ir la gaita y les coloco la película
(recordemos, “el almuerzo desnudo”, a lo sabotaje, en la proyección para todos
los públicos de la semana cultural (tipo cine de verano en la piscina municipal,
otra de mis obligaciones laborales)? Lo que temo es que sea demasiado compleja
para conmocionarlos como me gustaría, para que la venganza contra el mundo
encarnado en ellos, en los niños y sus putos padres despreocupados. Si, mejor,
puestos a colar, una porno aberrante. Maravillosas ensoñaciones… Entretanto,
disfrutemos del monologo de la narración de la muerte del glorioso marica Bobo
vaciado a través de su ano (y por medio de sus hemorroides colgantes) en un
Hispano-Suiza tapizado en piel de jirafa.
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