Del pedido, el reloj era un regalo,
lo otro, el petate, era para mi y simbolizaba la necesidad que en aquel momento
tenía de largarme lejos, aunque esa es otra historia que no viene al caso. La
verdad es que todo marchó divinamente hasta que lo desembalé (el pedido en la
página web, el rápido envío, la eficiencia de todos elementos implicados en la
transacción…) eso debió avisarme. Y es que soy gafe. Del mismo modo que no
tengo cuatro días seguidos en los que pueda decir “están saliendo las cosas
bien de un tiempo a esta parte” sin que algo lo termine por joder, no puedo
hacer una actividad cotidiana, como comprar un reloj y que me lo manden a casa,
sin que suceda un puto “de repente” que me fuerce a dar mil vueltas para
conseguir cosas que son sencillas y elementales ¡Un coñazo este invento! Porque
uno termina hasta los cojones de que lo fácil sea difícil y vive en un perpetuo
estado de esfuerzo para cualquier mingada (eso o el permanente estado de alerta
cínica esperando el cómo se torcerá el asunto). Volviendo al tema, que el reloj
me llegó jodido, frito, muerto… y lo que se hubiera podido terminar ahí (con el
aparatito funcionando y simplemente envolviéndolo en papel de regalo) se me
complicó en la romería de idas, venidas, gastos, llamadas, etc para lograr el
objetivo: el puto reloj de mierda.
El petate, por el contrario, sí que
me llegó sano. De todas maneras, salvo que la bolsa de lona tuviese algún
agujero, no me imagino cómo un artículo tan simple se pueda joder de otro modo.
Es otro detalle que subraya mi cenizo: de las dos cosas encargadas, se salva
aquella de la que mejor hubiese prescindido. El reloj, como ya he dicho, estaba
difunto, tieso a las siete menos veinticinco de un día 16. Mi primera reacción, no
volverse loco, a lo mejor era la pila, que no traía o estaba gastada. Antes de
meterme en el chocho de mandarlo de vuelta, probé a acercarlo a una joyería,
por descartar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario