En la joyería, muy ladinos los hijos
de la gran puta, me dieron gato por liebre. Como más adelante comprendería
abrieron la caja de mecanismos, comprobaron que la pila tenía carga y me
cobraron un par de euros por una nueva que se sacaron de la imaginación y
chistera. El reloj funcionó unas horas, en las que se retrasó como quince
minutos, hasta que, finalmente se detuvo otra vez. Sintiéndome un gilipollas,
me metí entonces (con sumo cuidado de no joder nada que echase por tierra la
garantía) a relojero improvisado. Destapé la caja con una navajilla y entonces
comprendí que me la habían metido con la pila (lo que hizo que me sintiera
todavía más gilipollas y que me cagase en todos los muertos de los miserables
de la joyería). Con las habilidades de un chimpancé explorando una ramita como
herramienta, comprendí por fin que lo que le pasaba es que las agujas pegaban
con el cristal clavándose en puntos determinados de su recorrer el círculo.
Coño, eso era fácil de solucionar, con la misma navajita, e idéntico cuidado,
presioné el eje de las agujas para darle holgura. Milagro, lo había reparado, y
como ya era tarde, me acosté.
La mañana siguiente (ni cinco
minutos de paz para los imbéciles) el artilugio volvía a estar fiambre, esta
vez en otro punto de la circunferencia. No había más remedio, debía devolverlo
a la tienda. Ellos me respondieron bastante rápido, que de acuerdo, que se lo
enviasen y evaluarían lo que le sucedía. Para garantizarme que no le hiciesen
una ñapa y me lo retornasen de nuevo, con mi súper herramienta, la navajilla,
pinché un poquito aquí y allá en las entrañas de la máquina hasta dejarla irremediablemente
seca, eso sí, disimuladamente. Los costes de la devolución corrieron de mi
cuenta, otro par de euritos a la cuenta de gastos. Al menos estos,
teóricamente, me serían devueltos.
En cuanto les llegó se pusieron en
contacto conmigo. Quedamos en que me lo sustituirían por uno nuevo y, para no
andarnos con mierdas y transferencias de cuatro perras, otro producto de un
coste similar a los gastos que mencioné antes. Hostia, qué guay; que
sorprendentemente bien que estaban saliendo las cosas.
Solo era un espejismo, semana y pico
después el nuevo reloj aun no había llegado. Cansado de esperar, me dí un paseo
matutino antes del trabajo a la oficina de correos. Estaba allí, y desde hacía
días, pero un impedimento burocrático bloqueaba la entrega. Con fatalismo
desencantado les dejé mi número de teléfono para que me avisasen cuando
estuviera a punto. A día de hoy aun no me han llamado. El regalo para el que
estaba previsto el reloj ha pasado y me tuve que apañar buenamente. Ahora
encaro el asunto con la resignación del gafe ¡Qué remedio! Si algún día llega
(y lo que llegue), ya veré lo que hacer con él.
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