La cosa es que para mi España pasó a ser un
bocadillo de calamares. No toros, futbol, tías bajitas y morenas con el culo
gordo, estereotipos y pandereta y olé. Ni siquiera había canciones, ni nuevas
ni viejas; ninguna otra cosa, que mi hiciese lo mismo. Yo con mi bocadillo de
calamares (y era una ensoñación que me venía demasiado a menudo a la cabeza) hubiese
sido feliz, al menos durante diez minutos.
Esa noche no había bocadillo de calamares, había barbacoa
y los muy iluminados se habían gastado más en verdura que en carne. El alemán
que lo organizaba iba a hacer el truco, yo lo sabía porque soy un cabrón que en
las mismas, si no hacerlo, al menos lo hubiese pensado. Pero me daba igual, no
importaba. Ese día tocaba sacar la vena nacionalista, era la final de la Eurocopa, contra Italia
nada menos. Se había montado hasta una fiesta-visionado del partido. Era una
ocasión muy especial, un destello de brillo ajeno en medio de un vertedero explotando,
así andábamos entonces. Se podía ganar y todo, y en ese caso el mundo se
arreglaría solo.
El que quiera saber cómo se logró (el que lo logró,
que yo realmente tuve poco que ver) llegar hasta allí, o como fueron los partidos…
que tire de hemeroteca deportiva, o de Wikipedia, o de lo que le salga de ahí.
No en vano es la principal referencia y la información más vendida, trabajada y
documentada del país. Creo que si se hila fino y se busca documentación se
puede sacar para una enciclopedia británica. Yo no lo pretendo. Fui por ir, por
desconectar del sitio dónde pegaba mi cotidianeidad y por la promesa de farra.
De todas formas no me esperaba mucho porque era domingo, y, pasase lo que
pasase, no daría de si. Al evento, en Facebook, estaban confirmadas (si el
hacer click en el “asistiré” se puede considerar confirmación de algo) una
docena larga, muchos de los de siempre, los que tenían suerte, pasta y no se
perdían ni una. Además podíamos ir desde por la mañana, que era a la ciudad y
pasar el día de compras, como mandan los cánones de la diversión actual y
moderna.
El plan, por dar una estructura, era ir a la especie
de hostal-albergue mochilero, dónde el alemán trabajaba, por la tarde. Allí
dejar las cosas y, el que quisiera, asearse en la especie de barracón con
literas que nos dejaba para pasar la noche al increíble y módico precio de
cinco euritos. Tras eso bajar y ayudar a preparar la barbacoa, jalar, ver el
partido y lo que terciase. El partido se ofrecería en una pared blanca con un
proyector desde un portátil. Por supuesto con las limitaciones
técnico-tecnológicas de ver un partido en streaming. Ese era el plan. Los hay
mejores, también los hay peores. Yo iba con otros dos con los que convivía
entonces. Por mas datos parejita ¡Que divertido es ser palmero!
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