Yo estaba en la sala de ordenadores
de la autoescuela, haciendo esos test imposibles de conseguir con los que se
garantizan la exclusividad y el monopolio. Los estaba haciendo para matar el
rato de la impuntualidad del profesor y para que mis compañeros de clase no
verduleasen con idioteces. Uno ya había empezado a hacer la coña de que le
estaba tirando todo el tejado a la secretaria que tenían en la entrada con la
que, para matar idénticos ratos murtos los días anteriores, charlaba de gilipolleces.
En honor a la verdad dos cositas. Uno, no eran raras las veces que ella sacaba
la conversación y distraer así unos minutitos al papeleo o atender los
teléfonos. Y dos, en efecto, la hubiese jodido contra uno de los tabiques del
lavabo sin pestillo de la autoescuela hasta que se desconchase y cayese el yeso
de las paredes, pero oso no signifique que, por hablar, la estuviera entrando
ni ella a mi. Por rellenar un poco más el relato y que salgan un par de líneas
más diré que era morena, pequeñita, rolliza, saludable; un aspecto franco que
invitaba a una lujuria primitiva y recia. Con todo,, repito, no la estaba
atacando. Copón lo que se aburre e inventa la gente. Bastante tenía con ir todo
ese mes tarde tras tarde a clases estúpidas para que me diesen el certificado
de curso superado que me permitiese acceder al examen que aseverase, mediante
un carné, qued tenía la necesaria actitud profesional para transportar cosas.
Pamplinas para ser camionero cargando mil permisos, licencias y papelotes en la
cabina y que no te cruja la guardia.
Y en eso estaba, resolviendo con la
elección de la alternativa adecuada, paridas de cuestiones del tipo “¿Cuánto
tiempo es necesario emplear en cada comida?” o “¿Cuántas piezas de fruta son
recomendables diariamente?” (estaba en la parte de hábitos del conductor,
ergonomía y su puta madre, al menos la sección de mecánica del grueso del
manual tenía sentido comparándolo con esto). Así, disparando a ciegas en la
mitad de las respuestas y dándome cuenta de que, según las reglas del examen y jugando
a la italiana, no era nada complicado aprobar; entro un sujeto al local
preguntando algo. Lo escuchaba a través del ventanuco de la sala de
ordenadores. Por la voz, el acento, las formas etc, no era el más espabilado de
su pueblo. Su pregunta toda una genialidad: si se podía sacar el carnet de conducir de
categoría b, el de los coches, el normal, teórico y practico, en doce días, que
le hacía falta. Hombre, poder se puede aunque para ti, con tus luces, va a
estar jodidete.
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