El amor había surgido, además un
amor bizarro, esperpéntico, intergeneracional. Una soberana estampa, un
“toli-toli” (para los no iniciados en la jerga del concejo, “toli-toli”
significa escándalo mayúsculo, motivo de habladurías corriendo como regueros de
pólvora prendida por las viperinas lenguas de las corrosivas señoras como
murmullos cáusticos y sal de la vida en el colmado, la puerta de la iglesia
etc…). el niño de los … había salido rana, y trucha también. Era algo que se
conocía desde bien pequeño por su exagerado amaneramiento y porque en el pueblo
ya habían pasado casos similares y se sabía de que iba el tema. De hecho lo más significativo del mariposeo
jacarandoso de la criatura era que lo hacía el niño de los … , los tipos más
duros, más montaraces, más machos, con
más pelo en los cojones, más cazadores, más vociferantes tanto saludando como
blasfemando. A los catetos de pro, de pedigrí, el nene les vino al mundo
manflorito, ya ves tú lo que son los contrastes.
Sin que una cosa tenga relación con
la otra, el bujarrita era malo. Tenía un transfondo de alma cruel, malvada,
interesada, mezquina y dañina que, como su revoloteo, quedaron patentes desde
el principio. Mentía con soltura y desparpajo, maquinaba abominaciones de las
que, cuando venteaba consecuencias, se escudaba tras la violencia furtiva de
los suyos y el miedo cerval de los vecinos a que les arrasasen una plantación
de frutales o le carbonizasen un corral. No había comentario que no dijese con
doble sentido para conseguir el máximo oprobio, no había acción suya que no
fuese calculada. Si hubiese torturado a perritos o gatos en su tiempo libre,
hubiese sido la perfecta definición de manual de un psicópata. Sus papás,
ciegos ante el detallito de la orientación sexual (nunca lo fue más que el que
no quiere ver, resultaron los primeros sorprendidos cuando la tormenta
descargó), estaban orgullosos de él por los talentos nefastos de su personalidad.
“Y lo listo que era…”.
El incauto que se comió la peor
tajada era más pringado, más panoli y, aunque le doblase los años a su
intermitente y costoso amante, la parte del binomio más infantil e inocente.
Era del tipo pausado de personas, sosegado y bonachón. Se le categoriaza (campo
en el que no eran necesarios muchos meritos para poder formar parte de él) de
atontado, poco espabilado, en la frontera o limbo de entrar en la liga de las
estrellas, las superestrellas, los tontos de pueblo. Había tenido varios
trabajos y poco aprovechamiento académico. Era uno de la cuerda más discretito,
tanto que para algunos fue una revelación el episodio por su parte, no por la
otra que, como hemos dicho, bien clara estaba. El pobre desgraciado se enamoró
y así le fue. Aprende la moraleja, no te enamores, no renta. Lo estafó como a
un bendito y, si hubiese seguido aferrándose a la farsa que se había montado y
en la que se refugiaba, le hubiese costado un disgusto. Unos de los serios, me
refiero. Uno de los penados con unas vacaciones a costa de papá estada y rejas
en las ventanas. Esos son los verdaderos disgustos. Comparado con eso el desamor
es un disgustillo pequeño que se pasa con clavos, manchas de moras, unos
traguitos y un par de meses.
Se conocieron por la suerte de
simpatía gremial y el radar gay. Los pormenores de quien los presentó o si se
dieron la mano o dos besos los desconozco. Preguntadles a ellos, serán mucho
más precisos respondiendo.
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