Escucho la puerta principal
arrastrarse. ¡Bien, tengo un cliente! Espero a que suba las escaleras y cruza
la puerta, viéndola antes siluetearse en el cristal de la puerta, una de las
representativas de la basura blanca del pueblo. Trae en la mano una hoja de
papel cuadriculado arrancada de un cuaderno. Eso me hace adivinar cual de mis
servicios culturales anda buscando: que le haga un puto escrito con el
procesador de textos y se lo imprima. No, no era probable que viniese buscando
un libro (¡Quita bicho!), tampoco que se siente en uno de los ordenadores a
hacer el imbécil (si no lo tengo mal entendido, a pesar de sus carencias
sociales tiene Internet instalado en casa, signo de “relumbrón”. En el papel
(que no es el primero que hago traduciendo esos garabatos incoherentes
arrancados de sus mentes subnormales) estará el quid del misterio. ¿Qué será?
Se resuelve rápido el enigma. Quiere que le haga el currículum vitae de su
hija. Me apetece hacérselo lo mismo que a su hija le apetecería, ahora mismo,
hacerme, por hacer, una paja. Estrictamente no es mi oficio, pero las perras normas
de la convivencia local, el qué dirán y demás mandangas, me obligan a
satisfacer la demanda de la semana. Con todo, me da por el culo. Yo me hago mis
propios, e inútiles, currículums sin molestar a nadie.
Afortunadamente, aunque críptica, la
hoja de papel es también breve. La hija anda por los veintidós o veintitrés
años (veintidós, la madre ha apuntado la fecha en el apartado de datos
personales) y su currículum es un poema a lo que será la subvención y el subsidio pro existencia. En apenas
cuatro lineas desgrana los datos de una manera cruda, tal cual. La educación
secundaria obligatoria (definida en el papel literalmente como “graduado
escolar”), un ciclo formativo de grado medio para la atención del ocio, ese
tiempo muerto de pre-muerte, de los ancianos (también expresado a lo Tarzán:
“atención sociosanitaria”) y un cursillo de chichinabo para sacar un carnet
imprescindiblemente chorra también descrito con su lacónica literatura.
La experiencia laboral se reduce a
tres meses “atención sociosanitaria” en modo prácticas y dos fines de semana
completos “ocio y tiempo libre” también en prácticas. Eso es todo. La personaja
me encomienda disimuladamente que espabile porque tiene que enviarlo antes del
mediodía, por vía fax, dónde coño sea que esa mierda pueda competir por un
trabajo. Tranquila, darling, no me llevará mucho tiempo. Ella se marcha a sus
labores prometiéndome que regresará en un rato a por la obra maestra. Sin partirme,
en absoluto, los cuernos, hago un currículum de menos de cincuenta palabras en
el que, por honrilla del oficio y del buen hacer, maquillo un poco la
aberración analfabeta que me ha traído. No me esmero nada, pero el resultado
siempre será un millón de veces mejor que lo que madre, hija, y espirita santa
podrían hacer en tres putas vidas de esfuerzo intelectual supremo. Lo consigo
corrigiendo cosas como lo de la eso o tallando un poco la escueta apreciación
“atención sociosanitaria” como estudio. Se me ocurren muchas cosas más de
mejora, por ejemplo, incluir una jodida dirección de correo electrónico, o
preguntarle, al menos, a la madre cuando vuelva en que año y empresa hizo tan
brillantes prácticas. Paso. Eso ys sería meterme en un jardín. Por supuesto, de
tema maquetación un poco fina, con tipografías, tamaños, guiones… ni hablamos.
Todo lo que me entretenga de más en esta mierda resultará en complicarme la
vida, que la pesada esta se me enquiste y salir (por lo mismo del no
poder-deber decirle a un vecino que el chiringuito cierra) tarde. Además, los
milagros en Lourdes, ese currículum no lo arregla ni el Tato.
La madre al menos es puntual
viniendo a recogerlo. A lo mejor es verdad que tiene que enviarlo a esa hora.
Le enseño el resultado en la pantalla del portátil y no le presta ni puta
atención. Recuerda, en el último momento, que incluya que su hija tiene carnet
de conducir de coches (tipo B, señora). Excelente, además de tonta, su niña es
una tonta suelta por el mundo a los mandos de un volante. Esperemos que el día
en que sus habilidades antropológicas y su inteligencia física-espacial (con
ese currículum, a la altura de las de una mosca estrellándose contra un
cristal) se manifiesten conduciendo en todo su esplendor, se estampe contra un
alcornoque ella solita y no se lleve a nadie puesto. Como la guinda de un
pastel, remato el documento con esa información creando un apartado de “OTROS”
para él solito. Esto está listo. Ya puede irse a enviarlo o a tomar por el
saco, lo que prefiera. Encantado de haberle ayudado. Vocación de servicio al
ciudadano que despliega uno a raudales. Lo peor vendrá cuando su hija
encuentre, por uno de esos cambalaches laborales tan habituales en esta casa de
putas, trabajo y yo siga aquí, dormitando, despachando libracos de mierda,
aguantando chiquillos subnormales, haciéndoles escritos a zoquetes por cuatro
perras; o, lo que es peor, directamente en el paro.
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