Lo primero que falló de la
proyección fue la luz de emergencia tras el cortinón medio tenso que hacía de
pantalla. En todo el medio de éste relucía, naranja difuminado, una lucecita que
jodía cada foto. A todo esto, la relación audio-video también estaba
descompasada atronando la música para una imagen borrosa que no se podía
enfocar bien sin arrugar los ojos como un topillo. Joder, para los medios con
los que se contaba, demasiado era (ya lo hemos dicho antes. Y si no, lo hacemos
ahora).. pero el problema principal no estaba en el contenido, lo estaba en el
público. Las filas delanteras, desordenadas, caóticas se atestaban de niños, la
mayoría de ellos veraneantes en el pueblo. Insoportables, sus padres los mandan
a casa de los abuelos y así se libraban de la morralla que habían cagado al
mundo para todo el verano (durante el resto del año el ministerio de educación
se encarga del asunto). Eran niños a los que se reconocía al instante tanto
ética como estéticamente. Respecto a la apariencia, la mayoría de ellos iban de
uniforme con una eterna y apestosa (literalmente lo de apestosa por eso del
bouquet a sobaco y del no quitársela durante semana) camiseta de algún equipo
de fútbol oriundo de aquellas zonas donde los mismos niños, sus putas padres,
sus abuelos, etc. eran los “maquetos, charnegos y demás” (eufemismos localistas
para el significado “basura blanca”). Sobre lo interno de las criaturitas,
ellas mismas se encargaban de mostrarlo al universo rebuznando sus bellas almas
por sus hocicos, más ojos del culo (en virtud de lo que por ellos echaban) que
bocas.
A las cuatro diapositivas ya
expresaban abiertamente su rechazo por la proyección. Gritando, y sin cortarse
ni un pelo de que pudiesen molestar a los demás, reventaban poco a poco el
evento. Reclamaban el bingo, inmediatamente, impertinentes como la puta que los
parió. Caprichosos, malcriados, no les importaba un carajo joder al personal
con tal de salirse con la suya. Estaban “educados” a la satisfacción de sus
caprichos y no eran capaces de aguardar respetuosamente la hora, como mucho,
que podrían durar todos los videos.
En la segunda recopilación de fotos
ya estaban en todo lo alto: abucheaban, silbaban, berreaban su opinión ofensiva
de cada instantánea… El colmo vino cuando uno de ellos exclamó ante una
panorámica de la procesión durante las fiestas patronales del año anterior: “¡No
ves como es el Cristo! ¡Ya te lo dije, mira la cara de gilipollas que tiene!”.
Ahí vencieron. Los organizadores decidieron entonces abortar la proyección y
dar arranque al bingo, a ese bingo cutre que tantas ganas generaba en el
público (y que unos, los niños, demostraban ofendiendo mientras los demás lo
hacían dejándoles hacer). Si sus padres no se preocupaban de la educación
elemental (y hasta que la vida, el karma, o el coño de su prima ajustasen las
cuentas) de esos putos bastardos, no serían los del eventos quienes enmendasen
el error.
En el momento en que se anunció el
principio del bingo, los impacientes mocosos se agolparon frenéticos, ansiosos
como refugiados de guerra en la cola del arroz de ayuda humanitaria, contra los
que vendían los cartones. Es una buena imagen de la podredumbre.
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