¿Con qué autoridad puedo amedrentarle lo suficiente para que no me dé por
el culo en mi trabajo? Joder, que es de dos dedos de frente, de comportamiento
humano básico: en una biblioteca se esta quieto y en silencio. En otras
circunstancias (principalmente, si el garito fuese mío) me lo tomaría con mayor
responsabilidad y el anormal descubriría el horror de que los desconocidos, en
esta perra vida, rara vez te ríen las gracias ni te consienten pavadas. Pero es
que estoy aquí de paso, como el que dice, y la falta de perspectiva (en ningún
sentido, vital, salarial, de futuro…) mueve a la desmotivación absoluta, y
esta, a la apatía y al que pasen los días de cualquier manera (ese marasmo tan
patrio y administrativo). ¡A tomar por el culo con todo! Yo intento seguir a lo
mío, cada vez más crispado pero a mi puta bola. Los odio, y a la gente en
general, lo suficiente como para no tentar situaciones en las que me cueste un
huevo echar el freno. ¡Qué disgusto más tonto! ¡Por Dios! Y por tan poco
beneficio.
Pero el gilipollas, contagiándoselo a sus amigitos, no para. Ahora han
descubierto una página en la que introduces dos nombres (que ellos utilizan en
combinaciones de sus conocidos para guasa) y, tras un “sesudo” cálculo, el
sistema te dice en porcentajes la afinidad de ambos. Eso, que puede parecer
estúpido y una manera más, de entre todas las genialidades, de desperdiciar un
servicio público (la última reparación de los ordenadores de la biblioteca
salió a más de cuarenta lereles cada…), es para ellos la invención de la
pólvora. Chillan, saltan y patalean. Celebran a berridos cada emparejamiento
infantil absurdo que sus mentes retrasadas imaginan y se putean los unos a los
otros elucubrando acoplamientos aberrantes entre adolescentes feos, gordos,
tarados… ¡Ale, ya me tocaron los cojones! Bueno está lo bueno pero a mi no me
pagan (lo poco que lo hacen) para aguantar mandangas y llevar una guardería.
Que los soporte su puta madre (la de cada uno o la gran puta madre universal).
Como no puedo de mejor manera, apago el ruter de la biblioteca, para dejarlos a
oscuras en su imprescindible y útil uso de Internet. Y como no hay botón que me
permita desconectar unos y mantener el mío, me jodo, bailo y también me
desconecto. Un pequeño sacrificio mientras cruzo los dedos para que se
disuelvan de una puta vez.
A los cinco minutos el idiota cabecilla, el imbécil “What the fuck?”,
empleando todo su “encantador desparpajo” se arrima a mi escritorio a
informarme de que la línea está muerta. Tuerce el hocico cuando le respondo que
evidentemente, que la he matado yo porque estoy hasta la minga de tenerle que
decir como comportarse en una puta biblioteca. No me rechista, todo un alivio
para no terminar la función jiñándome en toda su parentela difunta. Al instante
han desalojado y puedo enchufar otra vez el ruter. Por fin puedo continuar con
lo mío en paz: leer en un periódico digital de noticias chorras y escabrosas el
artículo de un pescador noruego que se ha encontrado un consolador dentro de un
bacalao. Y me recreo tanto en la chuminada que la comparto en mis redes
sociales.
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