Son artes de mendigo, o de preso, o
de boy scout. El invento es primitivo pero hay que verlo funcionar para darse
cuenta de que carbura, y tanto. En este caso el venazo que me ha dado es el de
hacer un hornillo con el culo de dos latas de refresco. No es difícil, sólo es
necesario un poco de maña y cuidado de no cortarse. Quizás por eso sea
artesanía de sin techo, porque por muy jodido que esté, con cuatro cosas haces
uno con unas mínimas condiciones de funcionamiento. ¿Y porque lo hago? Pues por
lo de siempre, el diablo cuando no tiene que hacer, con el rabo mata moscas.
Además, algunos somos ingenieros frustrados desde que de pequeños nos prohibían
jugar con las herramientas ante el más que posible peligro de herirnos o
mutilarnos.
Para documentarme, como todo en esta
vida, en Internet. Ahí había modelos para todos los gustos y colores: con más o
menos fuegos, con la llama pequeña pegada al agujero, con el tiro alejado y
colorido como una fuente, pulidos y profesionales, arrastrados y cutres que
iban de milagro. Yo me quedé con una cosa intermedia. Uno que lleva una moneda
de céntimos para tapar los rotos de alimentación y que marcha, a tenor de los
vídeos, muy eficientemente y con poco carburante, un dedalito de alcohol. Para
mi experimento, de sobra. Así pues conseguí las dos latas. Las corté probando
los trucos recomendados de los expertos y las encajé mal sin poner atención en
que la parte inferior debía solapar la superior para rematarla con los rotitos.
Bien, el bicho no quemaba ni a la de tres. Aunque en realidad si que ardía,
pero como el gas se escapaba por todas las uniones, lo hacía por todas partes
menos por donde debiera. Cuando lo quise reparar desmontándolo (cortando), el
empalme fue un churro y la chapuza tenía una doblez en un costado por la que se
iba toda la fuerza como un lanzallamas, resultado que convenció a mi familia
que con el coño del hornillo terminaríamos llamando a los bomberos. Un churro
superlativo. Una mierda como una catedral. A la basura. Puteado, me tuve que esperar
unos días a conseguir otras dos latas (principalmente porque buscar algo que
necesitas o quieres en uno de los máximos exponentes de la Ley de Murphy.
Cuando finalmente las pillé, fui a
tiro hecho. Las corte, ensamble correctamente, taladré, calcé una doblez que
tenía en la junta, llené por el embudo natural cóncavo el depósito, le rocíe un
chorrito de alcohol alrededor y le metí mechero.
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