El desgraciado tiene dieciséis años
y es más hormona que hombre. Ha venido desde
la capital con sus padres al pueblo mierdero y aburrido de su abuelo, como
todos los veranos (que es mucho más barato que una semana en la playa. Antes,
cuando era pequeño, todo lo del campo le emocionaba: un gato que pasase, un
vecino que lo subiera a un caballo, estar todo el santo día corriendo y
ensuciándose las rodillas con una roña que no salía ni a la de tres. Pero eso
era antes, ahora da alguna vuelta con una bicicleta de montaña de algún primo
mayor, se baña por las tardes un rato y el resto del tiempo se aburre como no
se puede describir. El calor lo dispone a una especie de flojedad salida que
para qué.
En una de esas vueltas ciclistas a
la entrada del pueblo, bajo la sombra de un edificio municipal, se encuentra
con una recua de muchachillos que van desde los ocho años en adelante hasta una
de dieciocho más o menos. ¿Porqué esa mezcla exótica de edades? Dos motivos, es
el único modo de hacer manada donde no hay gente y los grupos allí discriminan
más por edad mental que por la temporal estrictamente. La de dieciocho años, de
la que el cándido no sabe nada, lo atrae como una vela a una polilla rastrera.
Es cárnica, montaraz y a esas edades no se pone demasiado punto en las luces y
sombras de las entendederas de cada uno. Como conoce de otros veranos a algunos
de la manada pueril, se arrima e, involuntariamente, más por instinto que por
otra razón, empieza a tontear con ella.
Días más tardes, armándose de valor,
la aparta una noche del grupo a una zona oscura y la besa. Sigue sin saber que
si ella se va con todos los niños en lugar de con los de su edad es por el más
que evidente retraso mental y su categoría borderline. Pero es que polla dura
no cree en dios. A la tonta le gusta eso de tener un novio de ciudad (así lo ve
ella) más que comer con los dedos. Por eso se deja y porque también,
inconscientemente, le pica el asunto. Así una noche, una de esas en un apartado
rincón de las traseras del pueblo, con torpeza, insatisfacción y rapidez,
pierden la virginidad experimentando. Como ninguno de los dos tiene ni idea de
lo que hacen, es sin chubasquero.
Al mes y medio, cuando las cuentas
de la marea roja se han ido a tomar por el culo y el otoño llega, a la tonta le
da por contarles a sus padres el affair. En pos de conseguir un medio de
comunicación con los responsables del semental, se lo dicen a los abuelos del
muchacho y de paso a quien quiera poner orejas. Tras eso la decisión se torna
complicada ¿Qué hacer? ¿Aborto? ¿Adopción? ¿Quedárselo? Sea como fuere al
calentorro le han salido bien caras las vacaciones, los calores y las
costumbres estivales del pueblo con su idiosincrasia tramposa. No se le
olvidarán jamás.
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