Una cerveza grande con un chupito de
whisky dentro, fría, exquisita. Pero no podía ser. Ese asqueroso verano tórrido
e insoportable había que trabajar, el eterno castigo de dios por su rebote con
la manzana. Y como buen castigo, no era sencillo, cómodo, agradable. No, en
lugar de eso era un puto trabajo físico bajo los centenares de grados de temperatura
en ese infierno. Rebozado en pegajoso y maloliente sudor, no le quedaba más
remedio que apretar el culo y seguir para ganar el jornal. Le empezó a doler la
cabeza. Entre el sol y el recalentamiento interior pensando tonterías se habían
ablandado las entendederas. Medio mareado seguía dale que te pego con las
cervezas una tarde más de una vida que se perdía en la derrota general.
Recordaba tiempos mejores. Más divertidos.
Y hasta quí llega el relato. No soy
capaz de tirar más allá de describir más o menos esa tarde mientras tecleo a la
máquina (si, soy tan pedante y tan soplapollas que escribo, como los modernos y
las petardas, con una máquina vieja. Este último párrafo es la última mierda
que se me ocurre para terminar este bodrio. No, no discutiré con mi personaje
sobre su ser, o mi ser, y otra gilipollada parecida. Si has tenido la mala pata
de comerte el texto entero, pues lo siento. No quise timar a nadie. Es que
estoy, como el protagonista, flojo y pensando en cervezas. Haz algo por tu vida
y bébete una cillándote en mis muertos. Para la semana que viene espero estar
mejor y que esto mejore, pero no prometo nada.
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