Hubo un momento en que automáticamente
me levanté a prepararme un té y un bocadillo de chorizo y queso. Merendé en una
perfecta fusión de lo british con lo ibérico. El documental se había acabado. Los
orangutanes habían dicho adiós de una puta vez. Y con su ausencia me quedé sin
nada en lo que enredarme. Tres vueltas en sentido ascendente a la parrilla de
canales más tarde la desidia tocó techo y me propuse voluntarioso lo más útil
del día: ducharme. Sin más preparé las cosas y me higienicé meticuloso.
Con eso había pasado una hora más,
otra que desaparecía con lo que se esconde a la espalda. Otra de la que no
recordaría ni al monito, ni su rabieta, ni el té, ni el bocadillo, ni la ducha
repetida, calcada a las demás. Pasito a pasito hasta morirme después de gastar
el saldo de tiempo con mucha tajada de desperdicio. Desperdicio como esa tarde
de sábado cabrón sin nada que hacer, solo asco. Hay ocasiones en que, sin tener
zorra idea de porqué, me salta la vena existencial y no hay quien me aguante de
lo pelma, lo pedante, lo coñazo y lo imbécil. Esa lo fue y esta lo es.
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