El animal tenía una lata de sardinas
en aceite vegetal dentro de su despensa guardada como oro en paño, como un pedacito de ambrosía y un
antojo para él y solamente para él. Se las quería tragar ansioso como un gordo
cabrón. Para que fuese más
extraordinario entacarlas, seguramente con pan siguiendo las reglas, esófago
abajo; la reservaba. Compró la delicatessen en el colmado de la aldea y las
guardó para mañana, cuando volviese del trabajo en la maravilla pastoril y
hippie del campo hecho mierda, apestando a sobaco y reponer las energías
perdidas tirando del abre-fácil, bebiéndose el aceite indigesto, triturando a
conciencia las espinas y escamas con las muelas.
Pero se le torció bastante el plan.
Mientras doblaba su torcido espinazo en algún terruño en su casa a la iluminada
de su señora se le ponía la lata delante de las narices y la profanaba
jalándosela con el chiquillo. Desconozco a que les supo y si las disfrutaron o
no. Lo jurable, aunque no sea uno de ellos y no sepa cómo valoran lo que es
rentable y lo que no, es que no les aprovecharon bien. a su vuelta al hogar para el reposo del
guerrero ni siquiera saludó a sus consanguíneos. Embocó al escondrijo violado de la lata de
conservas. Al no verla una ira brutal y atávica le hirvió dentro. Su
analfabetismo funcional impedía una salida razonada y dialogada al conflicto o
tribulación. Lo primero, a lo Sherlock Holmes, averiguar el paradero de las
sardinitas.
Le preguntó a la tonta que,
correspondiendo con el apelativo, le informó de que las estaba digiriendo ¡Por
ahí si que no! ¡Qué vergüenza! ¡Qué ofensa! Con un despliegue de creatividad
respecto a lo que cabía esperar del personaje, agarró justiciero una máquina de
cortar el pelo. Entre voces, ruido y algún que otro sopapo para facilitar la
cooperación en el proceso, rapó al cero tanto a la mujer como al crío ¡Por
tragaldabas y rapaces! Durante las semanas consiguientes salieron a la calle
con gorras para tapar el estropicio. Peladitos, sintiendo el frío en el cuero
cabelludo y la comodidad capilar de la ausencia de pelo, el mundo entero
conoció que pimplarse unas sardinas sin permiso esta muy, pero que muy, feo.
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