¡Joder si era manera de empezar una
semana! En primer lugar la hora del papel, citación, estaba mal. El que la
había entregado emplazaba para una hora antes. Eso significaba que, conociendo
el percal, tendríamos que esperar por lo menos veinte minutos para hacer la
pavada. De la pavada en sí no tenía experiencia previa. Podría ser una
entrevista formal y corriente o una gillipollez de las de siempre en la que
algún jeta, también de los de siempre, que sacase buena tajada del negocio, nos
diera vaselina en el ojal antes de clavar. Por suerte ya no tenía ni esperanza,
ni nada del estilo. Nec spe, nec metu. Así que ir o no, tenía que hacerlo para
que no me quitasen la antigüedad como desempleado, me daba un poco lo mismo.
Tampoco confiaba en que mi perfil educativo, laboral… me colocase como óptimo
para el puesto de trabajo ofertado. Curre que no valía una mierda, por mucho
que la vistiesen de lo que les saliese de ahí mismo. Solamente era una
subvencionada y publica oferta de una media jornada, partida (o cómo hacer que
con cuatro horas se joda un día entero) por trescientos al mes. Eso sí, tenía
mucho nombre y poco lustre: “Monitor de gestión de eventos culturales…”. La
realidad, más prosaica, pragmática y puta era “chico de los recados del
ayuntamiento por la mañana y por la tarde bibliotecario de biblioteca rural”.
Así invertía mi país en una gente y en un futuro que se marchaba a tomar por el
culo, como a tomar por el culo se marchaba todo aquel que se podía ir fuera,
quedándose, igual que en la nebulosa líquida interior de un condón usado, lo
mejor, más granado y más florido del lugar. Eso justo en la temporada en que,
vuelto de recorrer mundos, me pasaba el tiempo diciendo (ante cada estupidez,
cara estupidez, pública que veía; o ante cada informativo televisivo largo,
lleno de idioteces y España negra a los que en mi casa eran adictos porque hay
que vivir informado aunque a ti de una guerra civil, allá donde el profeta
perdió las chanclas, te toque en tu microeconomía y micro existir un cojón de
mico) “¡Y así, amigos, es como el país murió de imbecilidad!”. Algo muy
retrogrado, puede, pero es que la modernez no me llenaba el buche. Que
coincidencias tiene el mundo, y que bien traído que está todo.
En la puerta del salón de actos me
estaba muriendo del asco. Nos estábamos juntando muchas personas entre los que
iban para cada uno de los tres puestos (limpieza, factotum y bibliotecario) y
los que iban a gestiones increíblemente interesantes como “¡Que no me pasan a
recoger la basura y yo pago!” (que exigentes
y catetos nos ponemos cuando queremos, habría que predicar más la teoría
del “no le toques los huevos al camarero, es el paisano que maneja tu comida”).
Yo estaba hecho mierda, ya lo he dicho, como con resaca. Aun no había arrancado
(me había levantado menos de una hora antes de la cama y de un sueño
maravilloso dónde todo era analgésico, irreal y cárnico) y eso se me agarraba
en los ojos, por los que seguía sin enfocar; y el estómago, revuelto como el
infierno y sacando de lo más hondo un olor fétido a aliento de dragón que me
salía como mal aliento. Los jerifaltes y alta cúpula distinguida de la política
y administración local: alcaldesa, tenienta alcaldesa y una concejala (poder
fáctico en la sombra, que maquiavélico y renacentista que, mediando
incompetencias personales, queda esto). Esta última también venía para el mismo
puesto que yo, se pone muy nepótico cuando quiere el servicio público de
empleo.
Mandaron llamar a las de la
limpieza, todas mujeres, un dato que demuestra que los hombres vivimos del aire
y no tenemos boca. Despacharon en cinco minutos. Llamaron a los factotum, esta
vez más variado aunque, ojo que va spoiler, acabo yendo para otra mujer. En ese
intervalo deduje sagaz de mí que no harían mucha entrevista, ni proceso
selectivo, ni nada de nada, a esos ritmos. Tocó el turno y acabé sentado en
primera fila, cosa que odio porque la vanguardia se lleva la hostia siempre. El
mecanismo fue sencillo. Una de las dos dirigentas del villorrio dijo algo muy
inconexo y primitivo sobre puesto y bibliotecario. La alcaldesa dijo
condiciones salariales (medio salario mínimo interprofesional, y eso que pedían
universitarios para el puesto ¡Yo de mayor quiero ser camarero en Dubai!). Y la
encubierta, por lustrar el mondongo, se arrancó por formalidades de planes de
empleo y coños morenos que no le fueron muy lejos porque todo el mundo la miró
un poco mal. Que el personal podrá ser puto, pero no tonto. Siguieron para
bingo: nombraron al primero de la lista (cuyo principal mérito deduzco que era
un apellido que empezaba por B), este dijo que si y cada mochuelo a su olivo.
Total unos cuantos minutos y una mañana, en la que de todas formas tampoco
hubiese hecho nada especial de no haber tenido que ir a la monserga, por el
váter abajo. Camino a casa me di cuenta que en todo el, poco, tiempo no había
dicho ni una palabra. Mira, así solamente me tomarían por raro y tonto. Otra
cosa más en la existencia que me la trae al fresco del alba y su lucero. En el
hogar tenía la cama desecha. Aunque intenté aguantar despierto por mantener un
último resquicio de dignidad y no acabar de convertirme en un animal, me quité los pantalones y me metí dentro.
Estaba fría y todo el REM del que disfruté entonces fue extraño, rápido,
violento, paranoico. Los lunes y su promesa de futuro encubierto en una semana
que empieza y que, como siempre, será para nada.
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