En carnavales se hacen coquillos y
roscas, como en miércoles de ceniza se come potaje de garbanzos y arroz y como
en la fiesta grande, la del cristo o la virgen, hay limpieza general de la casa
desde diez días antes, uno más que la novena. ¡Leches! No sabía que la agenda
de un pueblo ruin o de un extrarradio pudiese ser tan agitada, y tan férrea. Las
mismas marujas paletas ponen de vuelta y media engancharse a la moda forastera
cuando en el telediario (que ellas llaman “parte”) “echan” un reportaje para hacer hambre
antes de los deportes (sección que por su importancia debiera estar antes que
internacional) con las ideas más originales para sorprender en san valentín o
la implantación de halloween en nuestras vidas y escuelas. ¡Menuda tontería! Exclaman.
Pero lo llamativo es que lo que ellas comprenden perfectamente en cuanto a que
atarse por una tradición es gilipollas, especialmente si hay que dedicarle
tiempo, dinero y vencer esa pereza que da todo aquello que se debe hacer
porque si, especie de resistencia indómita subconsciente; con las novedades,
las importaciones más o menos recientes, aquellas que no atufan a naftalina y
cerrado (como el halloween de marras liquidando lentamente la alegre celebración
funeraria de difuntos y todos los santos ¡Que agravio!) es inutil. Pero en cambio no hay
forma humana posible de hacerles entender el mismo silogismo para lo rancio, su rancio. Sin
soltar halloween, y para ejemplificar, la vieja que gruñe por el gasto de
comprar un disfraz para salir de fiesta la noche del treinta y uno de octubre
es la misma que “invierte” tanto o más en velas de esas rojas para llevarle al
pariente finado sin ningún cargo de conciencia o sensación de inferioridad
mental. (entrecomillo inversión porque por definición significa meter pasta
en algo con el objetivo de que ésta retorne más gorda. Yo en la vida he visto
un esqueleto salir de la sepultura a pagar la iluminación de las candelitas, ni
tan siquiera a dar las gracias. El precio de las velas se pierde muy gráficamente
cuando, el lunes siguiente a la festividad, están todas en la basura del
cementerio).
Y es un coñazo de los grandes,
porque lo mas gordo es que ellas (las mujeres padecen más esta adicción al
rito) viven presas de estas manías. Si estás en una casa dónde a una le
pique la puta fiebre de alguna chorrada (la de la navidad es la más aguda, pero
hay tantas como días tiene el año), además de seguir el protocolo lo deberás hacer
con alegría, con respeto, porque es parte de la cultura y en la propia
normativa de la tradición se establece que uno debe disfrutar con ella y amén
(también, como parte de la cultura, incluso más importante desde mi punto de
vista y más a conservar, es cualquier libro de Ortega y no se les fuerza a
estos talibanes a leerlos amparado en su mismo razonamiento. Les serían
más útiles que hornear masas). Ya lo sabes. Arrastran multitudes por presión social. Sólo es
necesario que alguien se obsesione, otro conceda y ya todo dios cerca tiene que (en
el imperativo más absoluto) ir detrás. Que fastidio, que aburrimiento, que
marasmo, cojones.
Como he dicho , en carnavales
se cocinan coquillos, roscas y (los que tengan la receta y los hierros para
moldearlas) floretas. Eso para febrero, exclusivamente esos dulces.
Bueno, transigiendo un poco se pasan por alto algunas magdalenas para
rellenar la bandeja. Otras épocas tienen los suyos propios (otoño mantecados y
perrunillas, semana santa bollos de leche y hornazos, navidades sopas dulces)
adscritos a una limitación estacional cerrada. Por cierto, que grasienta es la
repostería típica, ¿No?
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