El Camino de Santiago, como reclamo
turístico, se ha expandido geográficamente. Y digo como reclamo turístico
porque dudo bastante que los pelotones centroeuropeos y muchos otros peregrinos
nacionales e internacionales estén movidos por la devoción. Así, como atracción
y destino de ocio vacacional, han surgido alternativas que hasta permiten
elegir la parte de España que se quiere patear. Lógicamente el original es el
más transitado, más mítico y, desde Francia atravesando todo el norte, el que
más público atrapa. Del más cercano a mí casa, con nombre propio pero bastante
parecido a la Vía
de la Plata
romana, la cual con Santiago no tiene mucho en común, es del que tengo
experiencia y no por haberlo hecho. Ahora se está poniendo de moda y por la
comarca, que el Camino cruza y las autoridades se encargan de promocionarlo a
machamartillo, no hay día del año, se caiga el sol fundido del cielo o llueva a
mares, que unos cuantos no pasen equipados con el kit entero: mochila, sombrero,
palo, concha…
Coincidió que en aquella época
trabajaba a jornada partida y a medio día siempre me volvía en coche a casa
para comer. Era verano y se pueden hacer una idea de lo que significaba el
calorcito apretando con fuerza, a las tres de la tarde, en los últimos llanos
de la submeseta sur, cerca del límite con la norte. Cuando salía a la antigua
nacional que me dejaba en el pueblo, me metía en un tramo en el que me los
topaba siempre, bueno, mejor dicho, que los adelantaba caminando por el arcén más
colorados que pavas, resoplando, con caras de estar bastante hasta las narices
del Camino y para las próximas vacaciones un crucerito y a tomar combinados en
la tumbona de la piscina o atracarse en el buffet. Me daban penita porque la
mayoría eran señores y señoras guiris como cangrejos, presumiblemente
jubilados, y lo que hacían a esas horas no es ni sano ni recomendable (que es
la franja de la siesta. Para salir a darse la paliza en esa estación está la
fresca del alba, hombre). Los pasaba constantemente pensando “cualquier día me
encuentro a uno en la cuneta con un tabardillo de padre y muy señor mío”. Yo me
quedaba a cuadros escoceses de cómo estos señores y señoras europeos hechos y
derechos (que corre el rumor de las malas lenguas mundiales que son más
inteligentes que los meridionales) hacían estas chiquilladas. ¿Es que no lo
podían posponer o adelantar para meses más propicios y saludables, como abril o
septiembre?
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