Uno se esos días ya no pude más.
Algo me inundó, un altruismo y unas ganas de salvar a la pareja de pobrecillos.
Estaba recorriendo la provincia una ola de calor y bochorno de esas que sirven
para llenar quince minutos de telediario con alertas naranja y avisos muy
serios de “vigilen a niños y ancianos”. Era tanta la temperatura que desde que
me había subido al candente auto y bajado las ventanillas, el volante todavía
no se había enfriado y las manos me sudaban en él a chorros. La carretera
reverberaba con las chicharras a pleno pulmón y no era una película del oeste
porque no había matojos rodantes, lo único que le faltaba a la estampa. Hasta a
un camello de beduino se le hubiera secado la boca allí. Tanto calor que lo
raro era que los pájaros no echasen a arder en pleno vuelo por inflamación espontánea
en contacto con el aire.
Pues en ese contexto vi la pareja a lo lejos
como un espejismo. Conforme me aproximaba no pude por menos que compadecerme.
El próximo pueblo en la ruta estaba a unos ocho kilómetros. Me dije: “para el
coche y llévalos hasta allí, que tan a desmano no cae”. Así hice. Reduje
inmediatamente después que ellos, puse el intermitente y me orillé un segundo.
Bajé y cuando estuvieron a la altura me ofrecí a su disposición en un inglés
muy malo que a ellos les costó comprender porque la leyenda de que fuera todo
el mundo habla inglés es cierta, pero solo en Inglaterra. En el resto del
continente lo habla el que lo estudia, algunos ni eso. Cuando comprendieron que
lo que quería era que dejaran las mochilas en el maletero y montaran en el
coche, que yo les acercaba en un momento a dónde podrían descansar del
martirio, se negaron. Me explicaron que eso iba contra la esencia del propio
Camino y que no, gracias. El par lo comunicó con un tono condescendiente que no
me gustó ni un pelo, como mostrándome una extraña superioridad desdeñosa ya que
les estaba estorbando en algo muy importante.
No se lleva muy bien que cuando a
uno le da la pedrada de ponerse samaritano le nieguen el impulso y más en esos
modos, con ese desprecio sutil de creerse Dios.
Puede que me lo invente un tanto, o exagere la percepción de algo que me
sentó tan mal, pero lo cierto es que desde entonces compasión ninguna. Que
disfruten a gusto de su motivación y de los rigores del Camino si es lo que
buscan. Yo bien clarito, no meterme donde nadie me llame ni para bien, ni para
mal. Se evitan cabreos. Espero que esos dos sigan bien y por la sombra, porque
por el sol hay cosas, muy feas de decir, que se secan.