Ellos se deshacen, se disuelven en
la puta lluvia. Ni un par de minutos después, con el herido mirando en la
banda, entra uno. Es un churro, un golpe de sueste, el jodido dios trucando la
mecánica de las pequeñas cosas. Alguien la pega mal, mordida. Rebota en otro, o
no. Me trae por el culo, se cuela dentro de cualquier forma. Y no es mi puta
portería. Despacio, miserablemente, sube a los números, al determinista
marcador. También, aunque poco, inyecta un pico de esperanza en nuestro amor
propio. Lo traducimos en un apretón de lobo viejo, un último enseñar los dientes
y que no se diga, joder.
¡No sé cómo! ¡Esto es jodidamente
bueno! ¡Lo estamos dando la vuelta! El santo patrón de los guerreros nos sonríe
caprichoso y nos toca con su perra mano. Quizás sea para nada. Seguro que será
para nada. Saco una fácil, al suelo. La echo fuera, sin complicaciones, con una
patadita tobillera. No es contexto para ser yo quien la estropee,. Estamos a un
gol. Ha sido la del corner: zapatazo al medio y para ade3ntro. Ni siquiera la
hemos rozado. Temo que solo nos valdrá para morir en la orilla. Eso es mejor
que nada. Cojo la bola de una esquina. Quiero sacar rápido, largo. Soltar el
brazo y lanzarla al infinito; que alguien arrebañe el balón y se las apañe;
quitarme de encima el muerto. Ni Cristo se desmarca. La saco baja al más cercano.
Ellos ni se enteran. La rabia les
ciega y por eso no atinan tres pases. Son gilipollas. Solamente calmándose,
dándonos tiempo, buscándonos el error, emboscándonos, lo tendrían. Pero no, se
obcecan, discuten mentándose la madre. Y pasa, llega el milagro. Uno se cuela a
trompicones hasta la cocina. ¡Empate! ¡Empate! ¡Empate! Gruño como una alimaña.
No se puede gritar ahora. No se debe gritar ahora. Nos tensamos como cables, el
de la herida anima. Nosotros nos echamos arriba los unos a los otros. Ellos se
hunden. Estamos cerca, rozándolo. Se me desmadran los órganos. Parece que mi
canal digestivo va a salir por la boca. Me vacío la cabeza con la lluvia, con
su ruido y su sensación.
¿Soy el primero? Creo que si. Me
arqueo hacia atrás y lo proyecto de dentro, de muy dentro. Le vomito al cielo
un berrido ronco, en el que descargo el alma. Siento que lo escucha el mundo
entero. Me quiebra la garganta abultando más que yo. No me termino de enderezar
y los demás están haciendo lo mismo. Es nuestro holocausto a los cabrones hados
por el momento. Uno ha tirado desde a tomar por el culo, tropezándose, y ha
sido. ¡¡¡GANAMOS!!! Hay un instante de silencio absoluto, de detención del
tiempo. Después gritamos. Lo soltamos todo. Asimilamos el cambio de guión
abrazándonos. Somos hermandad. Somos uno. Es el contacto humano más sincero que
habrá nunca: hombres de verdad en el éxtasis resacoso de la victoria agónica.
No nos importa que sea una pachanguita de mierda. No nos importan tres cojones
las tres botellas de vodka. Como titanes, despreciamos al universo. Somos
superiores a eso, hemos ganado. ¿El qué? Nada, todo. Rotos físicamente,
agotados, mojados, sucios, con golpes, nos alejamos heroicos y patéticos.
Flotamos sobre el mundo con la frente alta, el último refugio. Jóvenes,
fuertes, robándole un asalto a la decadencia, engañándonos de inmortalidad,
caminamos en la noche cada uno a su casa. Eufóricos del todo, dormiremos mal de
adrenalina y mañana lo contaremos como una proeza. Nadie nos hará puto caso.
En la cancha sigue lloviendo. Ahora
no hay un ruido, solamente ese, el rumor del agua lavándolo todo. Nuestra
presencia se borra en su oscuridad. Ya no somos, ya no estamos. Nadie se fija en eso porque
hoy, al menos hoy, hemos ganado. ¡Y mañana que sea lo que le salga de los
huevos!